Capítulo II
Le dirigí unas “gracias, muchas gracias señor”.
Me fije al entrar. Era mayor, pero no viejo. Era como los padres jóvenes de algunas de mis compañeras de clase. Tenía puesta una chaqueta marrón oscura con el color desvaído por el sol. Era poco el pelo de su cabeza, pero tenía bigotito. Sus gafas y sus ojos pequeños le daban aspecto de ratón. A pesar del revuelo de octavillas del circo, el coche estaba limpio y olía bien.
Muy decidida. Y más atrevida que segura había entrado en aquel coche. Pero era mejor irse cuanto antes. Metí mi macuto bajo mis pies, no había mucho mas sitio. Llevaba según dijo el maletero lleno de paquetes de publicidad y le estaban esperando.
Me quité “mi manta” que era un poncho con cuadros grandes de colores de un tejido similar a una manta. Supuse que mi hermana se enfadaría por llevármelo pero no tuve más remedio ¡era muy calentito!
Pronto empecé a hablar yo. A preguntar sobre su trabajo y esas octavillas. Era el mejor tema que se ocurrió. Me contó que su trabajo era en una imprenta. El hombre era un librero.
En mi cabeza la situación parecía curiosa. Un hombre tan serio, con el coche lleno de fotos de tigres y leones enjaulados, domadores, payasos y trapecistas. Y yo una “niña escapada”. Me identifique con los animales del circo.
¿Una imprenta? –Seguí hablando deprisa- ¡Mi hermana trabaja en una fábrica de libros!
Y empecé a hablar de los libros que había leído. Cuando me pongo nerviosa hablo mucho. Pregunto y pregunto. Apenas me contestan mi mente ya estaba formulando la siguiente pregunta. Una mente incasable y voraz de información.
Y eso hice. Hable sin parar. Dirigía yo la conversación. Eso me tranquilizaba.
-Yo he leído muchos libros porque en la fábrica los que salen mal se los regalan.
Era cierto, si tenían algún desperfecto en la encuadernación acababan en un contenedor en muelle. Para la basura. De allí podían coger lo que quisieran.
Le hable de Julio Verne y de sus libros: “Viaje al Centro de la Tierra”, “Miguel Strogoff”, “20.000 leguas de viaje submarino” y “de la Tierra a la Luna”.
Mundos interesantes a los que una niña como yo hacía volar su imaginación. Leí muchísimos libros de pequeña.
Yo leía hasta lo que no estaba destinado a niños de ni edad. Todo me interesaba a todo le veía una ventaja.
Había uno que alcancé a coger del armario alto de los libros. Trataba de la “Madre y el niño”. Fue la única información sobre ese tema que tuve.
Además de leer todo lo que caía en mis manos, incluidas las “Novelas del Oeste” que mi hermano me dejaba cuando él las terminaba M.L. Estefanía y Silver Kane, o de “Miedo” de H.P Lovecraft y Edgar Alan Poe .
El que más me llamó la atención fue uno que se llamaba “El Mecanismo de la Persuasión”.
En su primera página había una especie de cuestionario y te preguntaba: ¿es usted persuasor o persuadido? Por supuesto que lo contesté. Y me lo leí varias veces.
Abrí mi mente. Pude conjeturar sobre el comportamiento humano como algo vinculado a unas reglas. Entendí cómo no nos diferenciamos mucho de las máquinas que funcionan automáticamente.
Me vi allí también. No me gustó. Mi afán por comprenderme me hizo tener más dudas sobre el comportamiento de las personas de mi entorno. Más que antes. Pensé en cómo hacer para distinguir la razón de la emoción. También me hizo pensar en modelos que no conocía. Y no eran morales. Ni de creencias. Eran del funcionamiento psicológico.
Conceptos nuevos. Palabras nuevas. ¡Eso sí me gustaba! Poner a pensar a mi cabeza.
Pensé en cómo hacer para distinguir lo bueno de lo malo, la razón de la emoción.
Todo esto no se lo conté. Había acudido a mi memoria. Estaba callada hacía rato. Metida en mis pensamientos. Medio dormida en mí asiento. Esperando llegar. Estaba cansada, agotada emocionalmente. Mientras duró el viaje a mi me dio tiempo a recordar lo que dejaba atrás y lo que me esperaba ahora. Mi macuto estaba lleno de esperanza, además de llevar mis poemas, mis amuletos, y un vestido Hippie que había comprado en “El Rastro” el sábado anterior.
Tenía la duda constante de ¿Cuánto tiempo duraría mi libertad? Tanta tensión me estaba haciendo gastar mucha energía. Tenía hambre. El vacío en el estomago me recordaba que no había comido nada desde ésta mañana. Ya había pasado el mediodía.
Recordé la Carta de despedida que dejé en la mesilla de noche. Unas palabras para cada uno. Dramático. Ridículo. Pedía perdón. Pensé que nunca más los volvería a ver. Aun así confiaba en la suerte. Confiaba en Dios o en mi Ángel de la Guardia. Todos los niños tienen uno para protegerlos. Y en la humanidad de las personas. Confiaba en mí. No tenía más remedio. Estaba en un coche con un extraño.
El tiempo pasaba, y el día se iba oscureciendo. Estábamos llegando.
Me dijo_ ya queda poco.
_Yo voy a un hotel por el centro
_ ¿Y tú? me preguntó.
Yo voy a buscar a mi amigo _Le dije.
La dirección que tenía era un poco ambigua. No recuerdo si le dije dónde tenía que ir a buscarlo, “El Ramoncín” me había dado para encontrarle un apodo y el nombre de un barrio.
¿Y así le encontraré? Recuerdo que le pregunté ¿Por el Pelos?
Me tranquilizó diciéndome que todo el mundo lo conocía. Que lo encontraría. Me decía muy seguro. Y más convencido estaba de que me ayudaría a coger el barco a Ibiza, en cuanto le dijera de parte de quién iba. Habían compartido internado mucho tiempo y eran como hermanos.
El de la imprenta hablaba de nuevo; ¿pero ahora? ¿Tan tarde? Ya es de noche. Ahora no salen barcos a Ibiza. Tienes que esperar hasta mañana.
¿Por qué no te esperas y cenas algo?, ¿seguro que tienes hambre?
Todo ocurría mientras aparcaba delante de la puerta de un hotel luminoso en una calle céntrica. Bajé del coche automáticamente cuando lo aparcó. Pisando el suelo volvió a mí la energía que me daba fuerza para no tener miedo. Ya estaba más cerca de Ibiza. Seguí pensando y cogí mi macuto por las asas y me lo puse al hombro. Estaba decidiendo hacia dónde ir. Miré a un lado de la calle y al otro, no me movía, estaba parada junto al coche pensando… Tendré que preguntar.
Encontré la sonrisa amable del hombre diciendo ¡Vamos! es aquí.
Dijo señalando la puerta de un hotel al final de unas escaleras grandes.
Luego si quieres te vas a buscar a tu amigo. Siguió diciendo. Y repetía ¿Por qué no te esperas y cenas algo?
Luego si quieres te vas a buscar a tu amigo. Repetía.
Pensé poco. Hasta ahora todo había sido correcto. Me deje guiar. Fui andando por inercia detrás de la persona que me había traído sana y salva a Valencia. Llegamos a la puerta de cristales con dibujos señoriales. El interior era rimbombante. Para aparentar pensé.
El hombrecillo de bigotes de ratón ya estaba en el mostrador hablando con el recepcionista. Yo me quedé un poco por detrás, sin acercarme al mostrador.
¿Vamos a comer algo? Pregunté
Sí, pero primero vamos a la habitación. Dijo mirando mi bolsa.
Subí detrás de él en el ascensor. Llegamos ante una puerta. Abrió. Estaba oscuro. Había moqueta bajo mis pies. Y sentía un vacío en el estomago de nuevo. Di unos pasos más detrás de él. El iba delante enciendo las luces. Me estaba haciendo daño la correa de la bolsa y la solté en el suelo. Entonces miré. Allí había una habitación de matrimonio. Una cama grande.
Me había quedado parada al ver la habitación con esa cama. Noté la ira aumentado el calor en mi cara. Eso fue suficiente para decidir enseguida.
También vi el baño. Me estaba haciendo pis. No habíamos parado. Fui rápidamente y cerré la puerta con el seguro. No iba a quedarme allí.
Al salir del baño me puse a la defensiva. Le miré muy seria y achicando los ojos. Era mi mejor arma. Una mirada fija y retadora.
¿Y esa cama? Dije yo.
_ ¡Ya ves! Es la que había. Pero es muy grande.
Caminé unos pasos hacia mi macuto. Él ni se movió. Estaba sentando en la cama. Había retirado la colcha y me decía.
_Es muy grande, yo no te voy a tocar. Quédate y duerme. Mañana te acompaño al puerto.
¡Si claro! Dije con ironía.
Bajé el brazo y cogiendo mi bolsa del suelo me fui hacia la puerta. Crucé el pasillo buscando las escaleras. Bajé deprisa y pensado tengo que encontrar al “pelos”. Tengo que encontrarle. Llegue a la entrada. Yo andaba deprisa hacia la puerta de la calle.
El recepcionista me vio y empezó a decir _ señorita, señorita le recuerdo que si va a volver, el horario de recepción….le interrumpí, dándome la vuelta le miré a los ojos y le dije: ¡No! No voy a volver. Mientras le clavaba los ojos. Se cerró la puerta y quedé a cinco escalones de la calle. Bajaba escalones y bajaban también de la nube de protección que tenía al llegar a esa puerta unos minutos antes.
Cogí calle arriba y empecé a caminar. Me cruzaba con gente a la que acompañaba su particular burbuja de vaho. Vi venir una pareja y me paré delante de ellos y les dije:
_ ¿saben por dónde está el barrio chino?
Me miraron. Se miraron. Me miraron a mí. Y ambos se desplazaron para dejarme paso avanzando sin contestar a mi pregunta. Su mirada fue rara. Ahora lo entiendo pero yo entonces no conocía ningún barrio de ninguna nacionalidad. Pensé que era un barrio de personas chinas. Ingenua. Con mis gafitas redondas tipo Janis Joplin, mi pelo rizado tipo hippie y mi poncho de cuadros no pasaba inadvertida. Un tipo me miró y aproveché su atención para preguntarle ¿Cómo se va al barrio chino por favor?
Ese barrio está aquí detrás. Dijo. Pero es muy peligroso para una chica como tú.
Me dijo: sigue andando y donde empiezan los bares pregunta.
Seguí andando. En un momento me había internado en un barrio sin luces de farolas. Solo una luz muy endeble encima de una puerta que tenía una cortina oscura. Se oía música de los chichos. Toda la calle estaba a oscuras. De repente unos hombres salieron. Pregunté.
¿Perdona, el barrio chino está por aquí?
_ese barrio está aquí detrás. Pero es muy peligroso para una chica como tú.
Otro dijo_ Si, si, esta calle hasta el final, pero ten cuidado chavala que hay muy mala gente.
Vi que se movían en la acera y que iban a cruzar la calle, eran tres. Les oí decir ¿dónde irá? ¿Y esa quién es? Decía el otro.
Entonces intentando que no se acercaran más dije a gritos. ¡¡Estoy buscando al Pelos!!
Se vuelve uno de ellos y entra en el bar. Le oigo gritar ¿Manolo sabes dónde está el pelos?
Me paré en la acera. Salió otro hombre del bar diciendo, pues ese está ahora en el Búho con la Pepa. Me acerqué unos pasos. Me ofrecía un cigarro. Le miré y me dio asco cogerlo. Me aparte y le di las gracias.
Volví a preguntar ¿y dónde está el Búho? Más adelante al final de la calle.
Seguí andando hasta ver otra puerta con lucecita roja arriba y cortina. Había una persona en la acera.
¿Oye conoces al pelos? Pregunté.
El hombre abrió la cortina y sin entrar, metió la cabeza en un agujero negro que dejaba escapar las mismas canciones que el anterior.
Eh! ¡Pelos! ¡Aquí hay una que te busca!
Y allí estaba. Me miró desde la puerta.
¿Tú eres el Pelos?
Si. Y empezó a andar hacia donde estaba yo . Me había quedado parada.
Reconocí el calor en mi corazón reconfortándose de alegría. ¡¡Ahí estaba!! un chico de 19 años, delgado, alto, con barba de unos días, pelo oscuro y muy largo, ojos esquivos y pequeños, con nariz curvada, llevaba unos vaqueros y cazadora, se estaba fumando un porro.
Cuando estuvo a mi lado le sonreí.
_Vengo de parte del “Ramoncín”. Le dije también su nombre. Si, continué, que fuisteis juntos al internado. Me dijo que tú me podrías ayudar, tengo que coger un barco para Ibiza. Me he fugado de casa. Terminé diciendo.
¿Cuántos años tienes? ¿Eres menor?
_16, si, si.
_Ven vámonos de aquí. ¿Fumas? Me dio un cigarro.
Llevábamos andando 2 minutos cuando nos metimos en una puerta estrecha y subimos una escalera. Sin luz.
_no hagas ruido.
Y de repente dice ¡Chocho abre la puerta soy yo!
Una chica muy guapa abrió la puerta. Estaba como dormida o borracha.
Ésta piba es amiga de mi colega de Madrid.
_ Pasa.
Se ha fugado de su casa y es menor.
_ ¿tienes hambre?
No, gracias tengo sueño, estoy cansada.
_Aquí puedes dormir, mañana vamos al puerto y no te preocupes por nada.
Dormí profundamente. Estaba segura.
El Pelos me despertó diciendo ¡venga, vámonos! Hay un barco por la mañana.
Cogimos un taxi y me dio algún consejo por el camino. Al llegar al puerto saco 4000 pesetas arrugadas del bolsillo del pantalón. Bajamos y fue hacia la ventanilla a comprar el billete. Me quedé fuera esperando. Salió enseguida y me lo dio.
Le dije, gracias algún día te las devolveré.
_no hace falta.
Y se fue. Eran las nueve y el barco salía a las 11. Me dormí esperando. Cuando abrí los ojos estaba rodeada de personas aseadas y limpias que iban a Ibiza. Parejitas, abuelos, niños, me sentía tan sola y tan vulnerable. La nube se disolvió. Había un policía y allí otro. Busqué con la mirada a quién acercarme para no llamar la atención y vi a dos chicas. Se reían y hablaban, me gustaron, me acerqué.
Hola me dais un cigarro por favor.
¿Vais a Ibiza?
Si, ¿y tú?
También.