IBIZA
Capítulo IV
Pasaban los días en Cana Negreta. Se iba otro mes. El calor me animaba a salir por ahí, sin destino, solo a ver que ocurría en mi mundo. En el Mariano iba conociendo más personas que llegaban a la isla para pasar la temporada trabajando. La Semana Santa era el anuncio de la Temporada de Verano, pero aún quedaban unos meses. Necesitaba un trabajo mejor. Lo de las casitas no me daba para nada.
Fue en esa época cuando conocí a Ana Luisa, estaba interna cuidando niños en la casa de un ginecólogo. Era de Zaragoza y se había quedado sin trabajo cuando cerraron la tienda de discos donde trabajaba. El día que nos conocimos, no subí a casa de Sache a dormir, me fui con ella a la habitación que tenía en el piso de la consulta de su jefe. Allí nos contamos nuestras vidas. Nos hicimos muy amigas. Era mayor que yo, como casi todo el mundo que conocía últimamente. Por la tarde nos encontrábamos en el Mariano. La invité a conocer a Eva y Sache. De vez en cuando venía a la casa y comía con nosotros. Todo el mundo de buen rollo, era bien recibido en la casa de Sache. Era un espació internacional sin barreras. Sólo el respeto y la colaboración.
Un día haciendo autoestop desde casa a la ciudad, me recogió un señor mayor ibicenco, me hablo del restaurante que tenía y que llevaba su hija y su familia. Me propuso ir a hablar con ella para trabajar de camarera, necesitaban una, el trabajo había subido, sobre todo a la hora de la comida.
Me parecía bien intentarlo, el trabajo incluía la comida y un sueldito.
El Restaurante estaba en la (zona industrial) si se puede llamar así a una calle que se unía con la carretera dirección San Antonio.
La conversación con la dueña fue más bien fría. Fue directa y escueta. Me dijo el horario y el dinero que me pagaría. (Poco, no lo puedo recordar) Me dio la sensación de que había dicho esa frase muchas veces.
_ ¿Te puedes quedar hoy?
_ Empiezas hoy si te interesa.
_ Sí, Claro, claro.
Hoy cambiaria mi menú, pensé. El compromiso incluía limpieza también del salón y las mesas. Pero algo es algo.
Bajaba cada día a dedo pronto para llegar puntual al restaurante. El trabajo no era muy agradable. Demasiado para una sola persona. Sin seguridad social. Así no hacía nada, sólo sobrevivir.
Al lado del Restaurante había un negocio de alquiler de motos, allí casi todo el mundo tenía una, en Ibiza la gente la usaba mucho, era lo mejor para meterse por caminos, ir a la playa, o a cualquier pueblo de los muchos que tenía la isla. Pensé en alquilarme una. Yo tenía permiso de conducir, me lo saqué cuando a mi hermana le compraron un Vespino para ir a trabajar a la fábrica de bicarbonato en el polígono. Empecé a pensar en ello y me acordé de cuando la cogía para darme una vuelta. No me la dejaban mucho, pero cuando la podía coger disfrutaba un montón yéndome por los caminos de San Martín de la Vega. O dándome una vuelta por el Ejido o el bar donde nos juntábamos la “peña” para empezar a ser adultos fumando y bebiendo.
Pues dicho y hecho. Esa semana cuando cobré alquile una. Así podía moverme a mi aire. Seguía buscando un trabajo mejor que el Restaurante. Los días ya eran más largos. La primavera venía con toda su alegría. Más gente. Más bullicio por las calles. Más locales abiertos. Más posibilidades de trabajo.
La moto me dio mucha libertad, me movía por donde quería y cuando quería.
Me acordaba de mis padres. De mis hermanos. Había una cabina enfrente del bar. Había pensado muchas veces en llamar a casa. Casi cada día. No era fácil estar sin saber nada. ¿Que habrán hecho mis padres? ¿Qué habrá pasado en casa? los nervios y el miedo me invadían.
Aún tenía que solucionar mi situación ilegal. Me acordaba de la visita de la Guardia Civil a la casa de Sache y su cara cuando me dijo: “Y menos mal que a ti no te han pedido el DNI”
Volvía al presente para calmarme. Me sentía tan tranquila para Ser yo misma. Sin miedo. Sin preocupaciones.
Ahora tenía en mi poder el tiempo. La calma para escribir. Para dibujar. Disfrutar del ocio. Pasear sin mirar ningún reloj. Vivir mi adolescencia. Mi efervescencia. Mis sueños. Mis deseos.
Con esos pensamientos volvía a mí la euforia. A la vez el miedo quería hacerse un sitio en mi cabeza. Y perder lo que estaba experimentando. Rápidamente me borraba esa visión.
Y así un día y otro dejaba de mirar la cabina de la calle y dejaba de preocuparme. Nunca tenía dinero de sobra, ni valor suficiente. Sobre todo valor para llamar.
Tuve que hablar conmigo misma y sopesar la situación. Reflexionar. Temía perder lo conseguido. Tenía que tomar decisiones difíciles.
Alguien me aconsejó sobre un trámite legal que incluía ir a casa. Se trataba de hacer un poder ante notario, un documento de emancipación, donde mis padres renunciaban a la patria potestad y me concedían la mayoría de edad.
Cada semana veía a la policía paseando por la zona de los bares de la calle de La Virgen. O por el paseo Marítimo, el universo estaba todo el rato recordándome mi situación de menor de edad. De ilegal en la isla.
Cuando una noche en El Mariano, la casualidad quiso que yo viese a unos conocidos usando la cabina. Me acerqué a saludar. Pude ver que estaban llamando ¡sin meter monedas! Habían introducido un cable en un agujero que había junto a la ranura de insertar dinero. El otro extremo del cable en cualquier agujerito del auricular en la parte del micrófono. Así, sujetando para que no se desconectara conseguían que no se cortase. Cuando pedía moneda con ese pitido que anuncia que se va a cortar. Sonaba como si cayese una y el cable hacia su función. Podían hablar todo lo que quisieran.
Se me iluminó la mente. Pensé en pedir el cable para llamar a casa. Estaba nerviosa de excitación. Había tomado la decisión en un microsegundo. Mejor. La situación era muy angustiosa….la Policía, Sache y mi edad eran una combinación peligrosa.
Le dije ¿me lo dejas?
A los pocos minutos estaba hablando con mi casa, era 14 de febrero de 1980. Me puse muy seria. No era ni mi madre ni mi padre. Era el marido de mi hermana. Luego me enteré que ella, mi hermana, estaba dando a luz a su primera hija en el hospital. Por eso recuerdo tan claramente la fecha.
No recuerdo exactamente lo que dijo, pero fue jocoso. No me gustó. Yo estaba muy seria. Le dije ¿Y mi padre?
Al cabo de unos momentos oía su voz. Eso me emocionó. Le echaba tanto de menos. Mi padre era Géminis. Habló con voz enfadada. Empezó a decir ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Por qué te fuiste? ¿Cómo estás? Muchas preguntas seguidas. Su voz se fue quebrando. Estaba pasándolo muy mal para no echarme a llorar.
Le dije que iba a ir. Pero que luego me iría de nuevo. Que sí iba, era a buscar la emancipación ante notario. Mi mayoría de edad.
Al momento en un tono muy diferente. Mi padre decía, ¡claro que sí!, pero que fuese a casa.
La sensación de alivio que me inundó fue maravillosa. Su cariño lo noté a través de la distancia. Era como cuando era chiquitina y me hablaba dulcemente…. Venga a la cama, no te duermas en el sillón. Y me llevaba en brazos a la habitación de dos camas, dónde cuatro chicas compartían espacio, mínimo espacio.
Esa noche celebré en casa la noticia con Eva y Sache. No me habían denunciado. Otra batalla casi ganada.
Al acostarme volví a palpar el miedo. Era en mi cabeza. Recordé cómo oí la voz de mi madre de fondo, no se puso, no, ni cuando mi padre le dijo; ¡ponte!
No_ dijo_
Y la oí decir “qué por ella no había preguntado”, que había preguntado por mi padre.
Me entraron ganas de llorar y lloré. Y luego recé bajito. Acordándome de ella, cuando sonríe, cuando está contenta y es simpática e ingeniosa, me siento tan identificada con ella. La quiero tanto. La madre coraje. La luchadora. La osada. La feminista. La altiva y distinguida señora cuando quiere. La dura educadora otras. La exigente mujer protegiendo a sus “polluelos” siempre. Mi ayuda incondicional. A pesar de todo.
Me dormí pensando en mi objetivo. Ahorrar para coger un barco o un avión destino Madrid.
A la mañana siguiente me desperté más liviana. Y también mucho más contenta. Me fui a trabajar.
Ana Luisa ya había dejado el trabajo en la casa de los niños y también buscaba algo en hostelería. Ese día, cuándo vino a buscarme a la hora que salía del restaurante. El padre de mi jefa, el Sr. Antonio se ofreció a acercarnos a casa. Él vivía en San Mateo, y pasaba por la carretera de Can Negreta. En el trayecto hablando de la casa de Sache. Nos preguntó ¿Cuántos sois? Le explicamos que el piso es en realidad de los dos hermanos. Los demás Ana y yo, nos acoplábamos donde podíamos. Yo dormía en el salón con Eva. Ana Luisa se quedaba muy a menudo. Entonces empezó a hablarnos de una casa que tenia vacía en San Mateo. Pero arriba en la Montaña. Lejos del Pueblo. Dijo que si queríamos, nos la dejaba hasta que encontráramos algo.
Nos miramos Ana Luisa y yo, ¿una casa? ¿Gratis? Asentimos y nos llevó a verla. Pasamos de largo por la casa de Sache. Después de media hora más conduciendo, llegamos a San Mateo. Nos desviamos por un camino hacia la montaña. Era realmente una casa tranquila. Preciosa. Payesa. Blanca y con dos plantas. Tenía una entrada grande. Y unas vistas preciosas. No había nada más en muchos kilómetros. Nos gustó mucho. Nos enseñó donde estaba la llave de la luz, y del agua. En la cocina vimos una puerta que daba a la calle por la parte de atrás. Nos dijo esa puerta tiene que estar cerrada con llave. Había una llave puesta en la cerradura. Y encarecidamente nos avisó que no la perdiésemos. Y que las cerrásemos por dentro.
Ana luisa y yo nos mirábamos entusiasmadas. Había que limpiar. Se notaba que estaba cerrada. Estaba lejos. Ana luisa tendría que pagar el alquiler de una moto. Pero no importaba. ¡La mayoría de la gente en Ibiza, quiere disfrutar de una casa en el campo y nosotras la teníamos gratis! Era estupendo. Accedimos a quedárnoslas.
Al día siguiente empezamos a limpiar y a instalarnos. ¡En qué hora…! No llevábamos ni una semana. Cuando un día alguien nos abrió la puerta de la cocina desde fuera y despareció la llave que estaba puesta por dentro. ¿Quién había estado tan cerca? ¿Cómo había podido entrar? Ya no estábamos tranquilas de noche. Aunque al principio no dormíamos tranquilas, se nos olvidó. Estábamos casi todo el día fuera, subíamos sólo para dormir. Yo bajaba y subía con la moto. Ana Luisa a veces se bajaba conmigo y otras se movía andando hasta la carretera y luego hacía dedo. Después nos veíamos por dónde siempre. O nos encontrábamos en casa. Una noche no la vi. Y por mañana no estaba. Ni parecía que hubiese estado. ¡Qué raro! Tendría que haber subido. Era extraño. Pensé que habría conocido a alguien. O que estaría en casa de Sache.
Cuando nos vimos me contó una historia horrible. Un hombre la había recogido haciendo dedo y cuando iban por la carretera, de repente se desvió por un camino hasta un lugar aislado. Ella empezó a preguntar y a pedirle que parase. Cuando paró el coche la empezó a tocar, y a sujetarla para quitarle la ropa. La sacó del coche tirando de sus piernas, la bajó el pantalón dejándola descalza y sólo con las braguitas. Ya en el suelo, le sujeto la cabeza contra el suelo con fuerza, la pegó para someterla. La forzó y la violó varias veces. Le arrancó el sujetador y la golpeó. Cuando vio qué defenderse, sólo hacía que la pegase con más fuerza, dejó de resistirse. Aguanto en silencio con la cara contra las piedras hasta que todo terminó. Lloró, lloró mucho. Cuándo pudo ponerse en pie, busco su ropa y sus zapatos, no estaban allí. Estarían en el coche de ese malnacido. Anduvo descalza y casi desnuda sin rumbo, perdida toda la noche. Sin ver nada, ni a nadie. Sólo la oscuridad de la noche. Y el ruido de sus sollozos. Así pasó la noche, hasta que las luces del amanecer le dejaron ver unas casas a lo lejos. Llegó hasta ellas y llamó a la primera puerta que encontró. Una mujer mayor le abría la puerta, se encontró con una chica joven y de pelo moreno que solo llevaba puesta una camiseta hecha jirones, con la cara amoratada y descalza. La invitó a entrar y la escucho cómo entre lágrimas le contaba lo sucedido. La mujer la dejó unas alpargatas, le dio algo que encontró de ropa. Le curó las heridas que tenían en la cara y en las manos. Y se lavó los pies y las heridas que le había hecho aquél salvaje al arrastrarla por el suelo.
Cuando terminó de contármelo. Me dijo. Me marcho de la casa.
Yo no quería estar sola allí arriba. Ella busco un sitio y encontró un hueco en una casa de unos amigos. Yo volví a casa de Sache.
Algunas tiendas empezaban a preparar el local para abrirlo.
Ana Luisa pronto encontró trabajo de camarera en la calle La Virgen.
Un día me dijo que había conocido a un indio que tenía un restaurante y que lo iba a abrir en breve. Qué le había hablado de mí y que igual podría darme trabajo. Me fui a verle a su casa en la zona alta del casco antiguo. Al principio me pareció muy amable y después de un rato hablando con él, lo estropeó todo. ¿Qué era lo que yo hacía mal? En ningún momento le di pie a insinuarse, pero lo hizo igualmente. Me levanté y me fui de allí decepcionada. Era un inconveniente ser una chica tan joven. Ya contaba con ese tipo de incordio. No me desanimé. En cuanto pude lo olvidé.
En Vara de Rey estaban abriendo “Trip Difusión” una preciosa tienda de moda. Era original y diferente. Me paré a mirar su escaparate. Luego mire dentro, había sólo una chica, decidí entrar a pedir trabajo. Pregunté. Llegué a tiempo. Me lo dieron. ¡Menos mal! El sueldo era mejor que en el restaurante. Podría ir a Madrid.
Tenía una compañera (encargada) muy simpática y divertida. Su acento argentino me gustaba mucho. Era agradable escucharla y hablaba bastante. Me daba muchos consejos y me enseñó todo lo que pudo para hacerlo bien en la tienda. Era súper divertido cada día que llegaba algo nuevo, nosotras éramos las primeras en ponérnoslo. Nos gustaba crear. Combinar colores. Vestir a los maniquíes. Elegir lo que nos daba un aire nuevo y jugar a ser maniquíes. Cambié mi look me corté el pelo y me gustó. Era más cómodo que el pelo largo. Y me daba un aspecto más duro. Empezó mi época de Punki. Yo con zapato plano. Ella más sensual. Más madura. Llevaba transparencias. Era la moda Abdil. Faldas vaporosas y largas y por supuesto blancas. Ella las llevaba con botas de Vaquero de tacón cubano. Resaltaba el cuero blanco, los dibujos llamativos y coloridos.
Más tarde, la tienda empezó a llenarse de gente y contrataron otra chica. Yo tenía que ir a casa. Les pedí “permiso” con intención de conservar el trabajo si me iba ahora. No hubo problema. Lo entendió. Incluso me regalaron ropa. Estrenaba look. Tengo alguna foto de aquella época. Parecía otra persona.
¡Pues sí! Me iba en avión a casa. También mi primera vez en avión. No era barato, pero era lo más rápido por supuesto. Estaba impaciente por volverme ya, con mi emancipación en el bolsillo.
Otra nueva aventura para mí. Me sentía fuerte y segura. En el vuelo me dio tiempo a pensar y sentirme adulta. Iba preparada para una fuerte bronca y para lo que tuviera que pasar. Confiaba en mi padre. Pero sentía un vuelco en mi alma, cuando pensaba en que algo no saliera bien.
Cuando llegue a la Terminal, busqué un taxi para llegar a Atocha. Llegue a casa y la recepción fue sería y fría. Lo primero que hice nada mas estar en el pasillo y apoyada en el marco de la puerta del salón. Fue sacar un cigarro y encenderlo descaradamente diciendo en tono muy serio, que impedía que nadie me diera permiso.
_ ¿no os importa, no? Ya lo había encendido y le daba una profunda calada. Estaba muy nerviosa. Las mujeres en mi casa no fumaban delante de mi padre. Pero todos sabían que fumaban en el baño con la puerta cerrada.
Y allí estaba rodeada de todos, hermanos, padres, cuñados. Parecía un examen. Todos mirándome. Silencio. Miradas. Hasta que mi hermana empezó a darme unos besos de saludo. Mi hermana me llevó a la habitación. Los días siguientes vinieron a verme las vecinas, las tías y la abuela. Aunque me saludaban con alegría de verme, en sus palabras siempre había un poquito de reproche. Por el susto innecesario que les día mis padres. Era su visión.
Al día siguiente fuimos por la tarde al Notario.
Recuerdo el camino en silencio y la vuelta a casa dándome la bronca, mi madre era la más dura conmigo.
Me iba al día siguiente a coger un avión con mí mayoría de edad en el bolsillo. Si supiera cuánto la necesitaba. Mi alma lloraba inconsolable. Necesitaba su apoyo. Su comprensión. Su amor y dulzura. Su simpatía. Su sonrisa.
Me volvía a ir. Después de conocer Ibiza, aquello me parecía el sitio más feo y triste donde vivir.
En el último momento, mi madre, que ante los demás era dura e intransigente, me metió 10.000 pesetas entre mis cosas en la maleta. Tengo que agradecérselo enormemente.
El mar inmenso dejaba ver un trozo de tierra desde allí arriba, el vuelo llegaba a Ibiza. En el aeropuerto cogí un bus que nos llevaba al centro. Luego cogí un taxi para llegar a casa de Sache.
A la mañana siguiente me dieron una mala noticia. Mi vuelta a la tienda no era posible. En mi ausencia, contrataron a otra chica. No me importó. Tenía motivos para estar contenta. Seguí disfrutando de la Isla. Quedando con Eva y Sache en el Mariano. Allí se iba agolpando cada vez más humanidad. También en su casa. Vinieron en Semana Santa cuatro amigos de Madrid. Dos parejas que se acoplaron. Habían subido en vespa hasta Valencia y luego barco. Era divertido tanto bullicio. Yo estaba acostumbrada a vivir con mucha gente. Con ellos recuerdo los paseos por el campo. El viaje a Formentera. El Faro de la Mola. Cuando entramos a la cueva (la que sale en la peli “Lucia y el Sexo”) y vimos el mar desde la pared del acantilado. Fue una experiencia llena adrenalina. Aun recuerdo el vértigo que sentí mirando el horizonte. Y ese hormigueo en las piernas. Esa sensación de estar flotando y no notar el suelo.
Un día Ana Luisa me presentó a unos chicos ibicencos. Me contaron que había una pista de patinaje enfrente del Glorys. La busqué. Di varias vueltas arriba y debajo de la carretera de San Antonio. Al otro lado de la entrada al Glorys, sólo había un camino hacia el campo. Lo cogí. A unos cien metros encontré un pequeño cartel dónde ponía Radio City. Seguí el camino. Llegue a una nave prefabricada de metal y uralita. Sola entre arboles. Con una explanada delante y una puerta y una taquilla. Estaba cerrado. Pero volvería después. Y así lo hice. Al llegar vi destellos de luces de neón en el cielo. Desde fuera ya oía la música. Entré y vi un montón de gente patinando. Tenía un pequeño bar y otro mostrador donde ponía “Alquiler de patines”.
¡Yo sabía patinar! Me fui al mostrador de los patines. Pedí unos de mi número. El chico qué me los dio preguntó; ¿te valen? Ten en cuenta que tienen que estar apretados. Me apreté bien fuerte los cordones y me lancé a la pista.. Era divertidísimo. Sonaba Oxigeno de Jean Pol Jarre. Me puse a volar con los patines en los pies. A bailar y moverme al ritmo de las notas. Cuando me sentí asfixiada de tanto esfuerzo salí de la pista. Me fui a beber algo, solo tenían zumos naturales de frutas. Pedí uno de manzana. Me apoye en la barandilla rosa del pasillo para tomármelo, mirando a los patinadores. Allí estaban esos chicos y sus amigas. Lo hacían muy bien. Les saludé, terminé mi zumo y me fui de nuevo a la pista a bailar. La música movía las ruedas de mis patines. Que música más buena… Me lo estaba pasando realmente bien.
Volví a salir, esperando otra canción que me motivase. Estaba sentada y se me acercó el hombre que me había puesto el zumo. Me traía otro. Lo cogí y le di las gracias efusivamente. Era un hombre delgado y alto, hablaba francés, era elegante, casi escrupuloso. Era el dueño del Rolling
Me dijo _patinas muy bien, ¿Dónde has aprendido?
_ En la calle con unos de correas, le dije.
Así era. Mi vecina, a la que le hacia la compra del pan por la mañana antes de irme al cole. Me regaló unos sanchescki para Reyes. Me los puse y rápidamente empecé a patinar más o menos sin caerme. Pero aquéllos eran diferentes. Eran unas botas deportivas que estaban ajustadas con tornillos a la suela de metal. Era genial, se podían ajustar con los cordones hasta sentirlos como un guante.
Estos son mucho mejor. Seguí diciendo….
En ese momento su mujer y su hija le llamaban desde el “bar”_ ¡Paul! ¡Paul!_
Estoy buscando trabajo_ le dije_ antes de que se fuese.
Me miró y me dijo:
_Vente mañana a las cinco
_ ¿Sí? Quédate a patinar todo lo que quieras, que puedes mejorar.
¿Y las botas?_ pregunté_
¡Ale, Ale, Ale! “GUI”
_ Te llevas a casa o dejas aquí_ dijo señalando al chico del alquiler.
_Dile Petro, dicho Pol. No problem. Gratis. Mañana tu aquí a las cinco. ¡Ale! A patinar.
Me quedé boquiabierta. ¡Que amable! ¡Que majo! ¡Qué suerte!
Me quedé hasta que ya no tuve fuerzas. Hablé con Pedro que también estaba en la pista. Al día siguiente sería mi compañero. No me imaginaba que también iba a ser mi pareja de baile en la pista. Empezamos por probar, pero nos salían pasos muy bonitos. Nos entendíamos con un apretón de manos. Y repetíamos los pasos. Sobre todo saltábamos a la pista cuando sonaba Jean Michel Jarreo o Mikel Olfield. Al final del verano éramos pareja para competir en un maratón de resistencia. Fueron 26 horas sin dormir y sin parar. Solamente cinco minutos cada hora para sentarse o ir al baño. Comíamos y bebíamos durante la carrera. Pedro y yo nos habíamos atado la muñeca con un fular, por si nos sudasen las manos y que no se nos escurrieran, pues era motivo de descalificación.
Salimos a ganar y ganamos. Las últimas horas fueron dolorosas. Cuando sonaba el silbato que marcaba el descanso, ya nos tirábamos al suelo directamente y empezábamos a darnos masajes en los gemelos.
Empecé a conocer más personaje y me salía trabajo en las discotecas para los grupos de animadoras. Yo me iba con patines a todos los sitios, no me los quitaba, incluso cuando iba en moto.
Abrieron el Ku, eran los mismos dueños que del Amnesia. Pedí trabajo de recoge vasos. Me lo dieron. El Office era un lugar donde se limpiaban los vasos en máquinas que no paraban. Solía tener una temperatura más alta. Y era un trasiego de camareros entrando y saliendo del cuartito, donde había tal cantidad de vapor que apenas nos podíamos ver. El suelo mojado nos ponía las cosas más difíciles, los recoge vasos iban y venían dando patinazos. Con tal soltura, que parecían bailar al ritmo del local. Haciendo giros imposibles para no chocarse, un girito aquí, un quiebro de cadera con un gritito allá. Así estuve todo el verano. Entre una fiesta y otra y trabajando hasta el amanecer. Me iba a las Salinas para dormir y así tomar el sol. Casi todas mis compañeras quedaban en Es cavallet o las salinas hasta la hora de empezar a prepararnos para otra Fiesta temática súper original. Los días con mis amigos gais eran divertidísimos, nos arreglábamos juntas, eran muy creativas, una de ellas se parecía mucho a la cantante Barbra Streisand, tenía su misma nariz y la imitaba cantando, era tan bonito escucharle, era todo amor.
A veces me quedaba en su apartamento que compartía con otro compañero, porque en casa de Sache había muy poco sitio.
Un día tomé la decisión de irme al camping de Playa Embossa . Me compre una tienda pequeña y me alquile una parcela por un mes. No estaba mal. La playa estaba tan cerca que se oía el mar de noche. Me construí como una “terraza” a la entrada. Con unos palos y unos juncos le hice un techado. En una excursión por la playa encontré un tronco y me lo puse fuera como mesa. Ibiza más cerca que desde casa de Sache. Mi moto en la puerta al lado del árbol.
Hubo un concurso de baile con patines en Amnesia. Me presenté. Era una forma de ganar una pasta extra. Quedé segunda en la general y primera en chicas.
Luego hubo otro en vara de Rey. Era una carrera de velocidad. Solo una vuelta al bulevar hasta la puerta del HOTEL Mar y Sol. Me caí antes de llegar.
El de Resistencia lo organizaba La Pista Rolling. Mi compañero y yo ganamos. Nos dieron una medalla y diez mil pesetas. Nos hicieron fotos para el periódico alemán Ibiza zeutting.
Me lo pasaba muy bien. Descubrí música nueva. The Police estaban oyéndose siempre en la calle. Su música salía fuera desde algún local.
Fue época de fiestas y reuniones. Compartir. Comunicación. Aprender. Conocer sitios nuevos en la isla. Calas y playas. Caminos y campos llenos de almendros en flor. Montañas con casas payesas blancas y redondeadas. Dándole al paisaje un hermoso matiz de escena bucólica de película.
Recuerdo la familia de San Sebastián. Eran cuatro hermanos .Uno de ellos de vez en cuando se quedaba por la pista. Se lo pasaba muy bien patinando. Me dijo qué vivían con su madre cerca de la playa. Nos invitó. Qué bien comimos en su casa aquel día ¡como la comida de una madre nada!
Me acuerdo de la fiesta que hicimos en la casa de alguien. Donde yo descubrí que sabía tocar los bongos. Fumando y riendo. Junto a la chimenea. Compartiendo unas cervezas. Haciendo música improvisada. Fue mágico.
La librería de Vara de Rey que puso Niki Lauda después de su accidente. Allí estaba con la mitad de su rostro hecho una cicatriz rojiza y llena de líneas que surcaban la piel. Aunque los libros eran interesantísimos no pude ir más veces.
La casa de grabación. Donde conocí a The Boomtown Rats (no me gustan los lunes) único y conocido tema de ellos.
Las ruinas de “Atlanta”. Aquello sí que me puso la piel de gallina. Era increíble lo que la naturaleza puede hacer y lo que la imaginación puede llegar a crear. Eran piedras calizas de color rosáceo. Estaban cortadas perfectamente en bloques que se quedaban erguidos sobre la arena de una cala. Allí estaban como de pie. Junto a los embistes del mar. El sol le daba a la piedra ese brillo marciano. Fue alucinante. Quizás el entusiasmo estaba justificado. Si lo pudieras ver con los ojos que yo lo vi. Aunque no exagero nada. Estaba en la cala tal y como lo cuento. Puesto allí.
¿Bajamos?
Era un camino empinado. Estrecho. Camino de cabras. Algún tomillo para que te agarrases sin rodar. Pero nada más. Era un paisaje lunar desértico. Parecía estar hecho con un enorme cincel por la mano de un gigante. ¿Podían ser las ruinas de alguna construcción? O de algún templo en tiempo de los dioses griegos. Las ruinas de una civilización antiquísimo que se comió el mar en alguna tormenta. Así especulando le dimos el nombre de Atlanta.
Otro momento sublime fue la primera vez que vi ocultarse el sol tras la Isla de Es Vedra. ¡Qué colores! No había visto colores pasteles tan bonitos y distintos. Nada que ver con todo lo que había visto en los libros. El mundo era más asombroso que mi imaginación y en Ibiza lo estaba descubriendo.
Tan feliz. Me asoma una sonrisa a la boca cuando encuentro esa sensación en mi memoria. Hasta encontrar esa belleza, todo mi mundo había sido a través de una ventana.
Con el trabajo en la pista pude compaginar otros de noche en las discotecas. De cinco a ocho me encargaba de enseñar a los más pequeños. El sitio era un círculo que teníamos aislado con unas barandillas en el centro. De esa forma siempre se podían agarrar antes de caerse y además evitábamos que se chocasen con los que iban mucho más deprisa.
Mi trabajo en la discoteca, era recoger vasos vacios y cada noche disfrazarnos de lo que la fiesta fuera. Cabaret. Oeste. Circo. Las temáticas eran múltiples.
A veces me apuntaba para salir en coches hacia la playa e ir repartiendo por la arena publicidad. Luego comíamos paella.
Una noche en Amnesia me llamaron del Office para que llevara una botella de champan y la cubitera a una mesa en concreto. Yo iba en patines. Nunca servía. Solo recogía vasos vacíos.
Pero aún así, hice lo que me dijeron. Me fui patinando con la botella de champan y la cubitera. Al llegar a la mesa pude ver a una señora muy guapa. Guapísima. Elegante. Enigmática. Sentada sola. Mientras cuatro o cinco hombres pululaban a su alrededor. Sin tomar asiento. Yo con toda naturalidad me acerco y al dejarlo sobre la mesa. Buscando su mirada le dije algún formulismo de camarera…
Aquí tienen ¿algo más? O alguna expresión semejante.
Entonces un hombre de los de traje, delgado, rubio y alto, dio una zancada y me pareció que ponía su cuerpo como obstáculo para que no pudiera seguir hablándole. Con su movimiento y su chaqueta abierta pude ver un arma en su cintura. Me miró. Buscando que mi mirada se desviara a su cara.
Cuando volví al office. Entre risas mis compañeros me preguntaban ¿Qué tal? ¿Qué tal? Entonces me enteré que era Farah Diba la mujer del Sha, la última emperatriz de Persia.
Cuando estábamos en lo mejor. Empezó a acabarse el verano. El puerto estaba lleno de coches y personas que ya se iban. Se notaba mucha menos gente en las calles. Yo con tanta intensidad. No había previsto ahorrar para volver a la península en invierno. Habría que improvisar.
Una mañana me encontré a Gorca. Iba con un amigo alemán. Nos presento. Nos quedamos hablando en la terraza de siempre. Me dijo que ellos se iban en un barco hasta Altea. Que si quería irme con ellos. Fui al puerto con ellos. Quería ver ese barco. Fuimos juntos y quede hechizada. De madera de 12 metros de eslora. Con sus mástiles. Todo era de madera. Y dentro tenía un camarote con 4 literas y un baño. Me pasee tocándolo todo. Mirando y guardando esas imágenes. Los cabos. El timón. Su mástil.
Era “EL VIKING II”