Mi verdad

Ya sé que cada persona siente de diferente manera. Lo sé.

Yo siento una enorme pena por la visita de la muerte a mi familia (de nuevo).

Y se me agarra al pecho y me impide respirar.

No, no es el covid-19, es dolor por la despedida de la Madre.

Mi madre, la mujer que me dio la vida. 

Para mi es algo invisible qué se está tensando hasta separarnos

Es algo sublime qué siento, que siempre encontraré en mi corazón.

Siempre que recuerde su risa, su tristeza.

Su dulzura, Su firmeza.

Su valor, Su cobardía.

Su ignorancia y Su sabiduría.

Madre mía, que bonito todo lo que enseñaste a sentir.

Todo lo que aprendí de tu ejemplo.

Madre mía que te vas a descansar.

Una vida más tierna te espera madre mía

Mi madre bonita.

Hasta siempre.

IPMSA@

Ibiza Cap. IV

IBIZA

Capítulo IV

Pasaban los días en Cana Negreta. Se  iba otro mes. El calor me animaba a salir por ahí, sin destino, solo a ver que ocurría en mi mundo.  En el Mariano iba conociendo más personas que llegaban a la isla para pasar la temporada trabajando.   La Semana Santa era el anuncio de la Temporada de Verano, pero aún quedaban unos meses. Necesitaba un trabajo mejor. Lo de las casitas no me daba para nada.

Fue en esa época cuando conocí a Ana Luisa, estaba  interna cuidando niños en la casa de un ginecólogo. Era de Zaragoza y se había quedado sin trabajo cuando cerraron la tienda de discos donde trabajaba. El día que nos conocimos, no subí a casa de Sache a dormir,  me fui con ella  a la habitación que tenía en el piso de la consulta de su jefe.  Allí nos contamos nuestras vidas. Nos hicimos muy amigas. Era mayor que yo, como casi todo el mundo que conocía últimamente.  Por la tarde nos encontrábamos en el  Mariano. La invité  a conocer a Eva y Sache. De vez en cuando venía a la casa y comía con nosotros.  Todo el mundo de buen rollo, era bien recibido en la casa de Sache. Era un espació internacional sin barreras.  Sólo el respeto y la colaboración.

Un día haciendo autoestop desde casa a la ciudad,  me recogió un señor mayor ibicenco,  me hablo del restaurante que tenía y que llevaba su hija  y su familia. Me propuso ir a hablar con ella para trabajar de camarera, necesitaban  una,  el trabajo  había subido,  sobre todo a la hora de la comida.

Me parecía bien intentarlo, el trabajo  incluía la comida y un sueldito. 

El Restaurante estaba en la (zona industrial) si se puede llamar así a una calle que se unía con la carretera  dirección San Antonio.

La conversación con la dueña fue más bien fría. Fue directa y escueta. Me dijo el horario y el dinero que me pagaría. (Poco, no lo puedo recordar) Me dio la sensación de  que había dicho esa frase  muchas veces.

_ ¿Te puedes quedar hoy?

_ Empiezas hoy si te interesa.

_ Sí, Claro, claro. 

Hoy cambiaria mi menú, pensé.  El compromiso incluía limpieza también del salón y las mesas. Pero algo es algo.

Bajaba cada día a dedo pronto para llegar puntual al restaurante. El trabajo no era muy agradable.  Demasiado para una sola persona.  Sin seguridad social.  Así no hacía nada, sólo sobrevivir.  

Al lado del Restaurante había un negocio de alquiler de motos, allí casi todo el mundo tenía una, en Ibiza la gente la usaba mucho, era lo mejor  para meterse por caminos, ir a la playa, o a cualquier pueblo de los muchos que tenía la isla.  Pensé en alquilarme una. Yo tenía permiso de conducir, me lo saqué cuando a mi hermana le compraron un Vespino para ir a trabajar a la fábrica de bicarbonato en  el  polígono. Empecé a pensar en ello y me acordé de cuando la cogía para darme una vuelta.  No me la dejaban mucho, pero cuando la podía coger disfrutaba un montón yéndome por los caminos de San Martín de la Vega. O dándome una vuelta por el Ejido o el bar donde nos juntábamos  la  “peña”  para empezar  a ser adultos fumando y bebiendo.

Pues dicho y hecho. Esa semana cuando cobré alquile una. Así podía moverme a mi aire. Seguía buscando un trabajo mejor  que el Restaurante.   Los días ya eran más largos. La primavera venía con toda su alegría. Más gente. Más bullicio por las calles.  Más locales abiertos.  Más posibilidades de trabajo.

La moto  me dio mucha libertad, me movía por donde quería y cuando quería.

Me acordaba de mis padres.  De mis hermanos.   Había una cabina enfrente del bar. Había pensado muchas veces en llamar a casa. Casi cada día. No era fácil estar sin saber nada. ¿Que habrán hecho mis padres? ¿Qué habrá pasado en casa? los nervios y el miedo  me invadían.

Aún tenía que solucionar mi situación ilegal.  Me acordaba de la visita de la Guardia Civil a la casa de Sache y su cara cuando me dijo: “Y menos mal que a ti no te han pedido el DNI”

 Volvía  al presente para calmarme.  Me sentía tan tranquila para Ser yo misma.   Sin miedo. Sin preocupaciones.

Ahora tenía en mi poder el tiempo.  La calma para escribir. Para dibujar. Disfrutar del ocio. Pasear sin mirar ningún reloj.  Vivir mi adolescencia. Mi efervescencia. Mis sueños. Mis deseos.

Con esos  pensamientos  volvía a mí la euforia. A la vez el miedo quería hacerse un sitio en mi cabeza.  Y perder  lo que estaba experimentando. Rápidamente me borraba esa visión.

Y así un día y otro dejaba de mirar la cabina de la calle y dejaba de preocuparme.  Nunca  tenía dinero de sobra,  ni valor suficiente. Sobre todo valor para llamar. 

Tuve que hablar conmigo misma y sopesar la situación. Reflexionar.   Temía  perder lo conseguido. Tenía que tomar decisiones difíciles. 

Alguien me aconsejó sobre un trámite legal que incluía ir a casa. Se trataba de hacer  un poder ante notario,  un documento de emancipación,  donde mis padres renunciaban a la patria potestad y  me concedían la mayoría de edad.

Cada semana veía a la policía paseando por la zona de los bares de la calle de La Virgen.  O por el paseo Marítimo, el universo estaba todo el rato recordándome mi situación de menor de edad. De ilegal en la isla.

Cuando una noche en El Mariano,  la casualidad quiso que yo viese a unos conocidos usando la cabina. Me acerqué a saludar.  Pude ver que estaban llamando ¡sin meter monedas!  Habían introducido un cable  en un agujero que había junto a la ranura de insertar dinero.  El otro extremo del cable en cualquier agujerito del auricular en la parte del micrófono.  Así,   sujetando para que no se desconectara  conseguían que no se cortase. Cuando pedía moneda con ese pitido que anuncia que se va a cortar. Sonaba como si cayese una  y el cable  hacia su función.  Podían hablar todo lo que quisieran.

Se me iluminó la mente. Pensé en pedir el cable para llamar a casa.  Estaba nerviosa de excitación. Había tomado la decisión en un microsegundo. Mejor. La situación era muy angustiosa….la Policía, Sache y mi edad eran una combinación peligrosa.

Le dije ¿me lo dejas?

A los pocos minutos estaba hablando con mi casa, era 14 de febrero de 1980.  Me puse muy seria. No era ni mi madre ni mi padre. Era el marido de mi hermana. Luego me enteré que ella, mi hermana,  estaba dando a luz a su primera hija en el hospital. Por eso recuerdo tan claramente la fecha.

No recuerdo exactamente lo que dijo,  pero fue jocoso. No me gustó.  Yo estaba muy seria.  Le dije ¿Y mi padre?  

Al cabo de unos momentos oía su voz. Eso  me emocionó. Le echaba tanto de menos. Mi padre era  Géminis.  Habló con voz enfadada.  Empezó a decir ¿Dónde estás? ¿Estás  bien? ¿Por qué te fuiste? ¿Cómo estás? Muchas preguntas seguidas. Su voz se fue quebrando. Estaba pasándolo muy mal para no echarme a llorar.

Le dije que iba a ir. Pero que luego me iría de nuevo.  Que sí iba,  era a buscar  la emancipación ante notario. Mi mayoría de edad.

 Al momento en un tono muy diferente.  Mi padre decía,  ¡claro que sí!, pero que fuese a casa.

 La sensación de alivio que me inundó fue maravillosa. Su cariño lo noté a través de la distancia. Era como cuando era chiquitina y me hablaba dulcemente…. Venga a la cama, no te duermas en el sillón. Y me llevaba en brazos a la habitación de dos camas,  dónde cuatro chicas compartían espacio, mínimo espacio.

Esa  noche celebré en casa la noticia con Eva y Sache. No me habían denunciado. Otra batalla casi ganada.

Al acostarme volví a palpar el miedo. Era en mi cabeza. Recordé cómo oí  la voz de mi madre de fondo, no se puso, no, ni cuando mi padre le dijo; ¡ponte!

No_ dijo_

Y la oí decir “qué por ella no había preguntado”, que había  preguntado por mi padre.

Me entraron ganas de llorar y lloré.  Y luego recé  bajito. Acordándome de ella, cuando sonríe, cuando está contenta y es simpática e ingeniosa,  me siento tan identificada con ella. La quiero tanto. La madre coraje. La luchadora. La osada. La feminista. La altiva y distinguida señora cuando quiere. La dura educadora otras. La exigente mujer protegiendo a sus “polluelos” siempre. Mi ayuda incondicional. A pesar de todo.

Me dormí pensando en mi  objetivo. Ahorrar para coger un barco o un avión destino Madrid.

A la mañana siguiente me desperté más liviana. Y también mucho más contenta. Me fui a trabajar.

Ana Luisa ya había dejado el trabajo en la casa de los niños y también buscaba algo en  hostelería. Ese día,  cuándo vino a buscarme a la hora que salía del restaurante. El  padre de mi jefa, el Sr. Antonio se ofreció a acercarnos a casa. Él vivía en San Mateo,  y pasaba  por la carretera de Can Negreta.  En el trayecto hablando de la casa de Sache. Nos preguntó ¿Cuántos sois? Le explicamos que el piso es en realidad de los dos hermanos. Los demás Ana y yo, nos acoplábamos donde podíamos. Yo dormía en el salón con Eva.  Ana Luisa se quedaba muy a menudo.  Entonces empezó a hablarnos de una casa que tenia vacía  en San Mateo.  Pero arriba en la Montaña. Lejos del Pueblo. Dijo que si queríamos, nos la dejaba hasta que encontráramos algo.

Nos miramos Ana Luisa y yo,  ¿una casa? ¿Gratis? Asentimos y nos llevó a verla. Pasamos de largo por la casa de Sache.  Después de media hora más conduciendo,  llegamos a San Mateo.  Nos desviamos por un camino hacia la montaña.  Era realmente una casa tranquila. Preciosa.  Payesa.  Blanca y con dos plantas. Tenía una entrada  grande. Y unas vistas preciosas. No había nada más en muchos kilómetros. Nos gustó mucho. Nos enseñó donde estaba la llave de la luz, y del agua.  En la cocina vimos una puerta que daba a la calle por la parte de atrás. Nos dijo esa puerta tiene que estar cerrada con llave. Había una llave puesta en la cerradura. Y encarecidamente nos avisó que  no la perdiésemos. Y que las cerrásemos por dentro.

Ana luisa y yo nos mirábamos entusiasmadas. Había que limpiar. Se notaba que estaba cerrada. Estaba lejos. Ana luisa tendría que  pagar el alquiler de una moto.  Pero no importaba.  ¡La mayoría de la gente en Ibiza,  quiere disfrutar de una casa en el campo y nosotras la teníamos gratis! Era estupendo. Accedimos a quedárnoslas.

Al día siguiente empezamos a limpiar y a instalarnos. ¡En qué hora…!  No llevábamos ni una semana. Cuando un día alguien nos abrió la puerta de la cocina desde fuera y despareció la llave que estaba puesta por dentro. ¿Quién había estado tan cerca? ¿Cómo había podido entrar? Ya no estábamos tranquilas de noche.  Aunque al principio no dormíamos tranquilas, se nos olvidó. Estábamos casi todo el día fuera, subíamos sólo para dormir. Yo bajaba y subía con la moto.  Ana Luisa a veces se bajaba conmigo y otras se movía  andando hasta la carretera y luego hacía dedo. Después nos veíamos por dónde siempre. O nos encontrábamos en  casa. Una noche no la vi. Y por mañana no estaba.  Ni parecía que hubiese estado. ¡Qué raro!  Tendría  que haber  subido. Era extraño. Pensé que habría conocido a alguien.  O que estaría en casa de Sache.

Cuando nos vimos me contó una historia horrible. Un hombre la había recogido haciendo dedo y cuando iban por la carretera,  de repente se desvió por un camino hasta un lugar aislado. Ella empezó a preguntar y a pedirle que parase. Cuando paró el coche la empezó a tocar, y a sujetarla para quitarle la ropa. La sacó del coche tirando de sus  piernas, la bajó el pantalón dejándola descalza y sólo con las braguitas. Ya en el suelo, le sujeto la cabeza contra el suelo con fuerza,  la pegó para someterla. La forzó y la violó varias veces. Le arrancó el sujetador y la golpeó. Cuando vio qué defenderse, sólo hacía que la pegase con más fuerza, dejó de resistirse. Aguanto en silencio con la cara contra las piedras hasta que todo terminó. Lloró, lloró mucho. Cuándo pudo ponerse en pie, busco su ropa y sus zapatos, no estaban allí. Estarían en el coche de ese malnacido. Anduvo descalza y casi desnuda sin rumbo, perdida toda la noche.  Sin ver nada, ni a nadie. Sólo la oscuridad de la noche. Y el ruido de sus sollozos.  Así pasó la noche,  hasta que las luces del amanecer le dejaron ver unas casas a lo lejos. Llegó hasta ellas y llamó a la primera puerta que encontró. Una mujer mayor le abría la puerta, se encontró con una chica joven y de pelo moreno que solo llevaba puesta una camiseta hecha jirones, con la cara amoratada y descalza.  La invitó a entrar y la escucho cómo entre lágrimas le contaba lo sucedido. La mujer la dejó unas alpargatas, le dio algo que encontró  de ropa. Le curó las heridas que tenían en la cara y en las manos. Y se lavó los pies y las heridas que le había hecho  aquél salvaje al arrastrarla por el suelo.  

Cuando terminó de contármelo. Me dijo. Me marcho de la casa. 

Yo no quería estar sola allí arriba. Ella busco un sitio y encontró un hueco en una casa de unos amigos. Yo volví  a casa de Sache.

Algunas tiendas empezaban a preparar el local para abrirlo.

Ana Luisa pronto encontró trabajo de camarera en la calle La Virgen.

Un día me dijo que había conocido a un indio que tenía un restaurante y que lo iba a abrir en breve.  Qué le había hablado de mí y que igual podría darme trabajo. Me fui a verle a su casa en la zona alta del casco antiguo. Al principio me pareció muy amable y después de un rato hablando con él,  lo estropeó todo. ¿Qué era lo que yo hacía mal? En ningún momento le di pie a insinuarse, pero lo hizo igualmente. Me levanté y me fui de allí decepcionada. Era un inconveniente ser una chica tan  joven.  Ya contaba con ese tipo de incordio. No me desanimé. En cuanto pude lo olvidé.

En Vara de Rey estaban abriendo  “Trip Difusión” una preciosa tienda de moda. Era original y diferente. Me paré a mirar su escaparate. Luego mire dentro, había sólo una chica,  decidí entrar a pedir trabajo.  Pregunté. Llegué a tiempo. Me lo dieron.  ¡Menos mal!  El sueldo era mejor que en el restaurante. Podría ir a Madrid.

Tenía  una compañera (encargada)  muy simpática y divertida.  Su acento argentino me gustaba mucho.  Era agradable escucharla  y  hablaba bastante. Me  daba muchos consejos y me enseñó todo lo que pudo  para hacerlo bien en la tienda. Era súper divertido cada día que llegaba algo nuevo, nosotras éramos las primeras en ponérnoslo. Nos  gustaba crear. Combinar colores. Vestir a los maniquíes.  Elegir lo que nos daba un aire nuevo y jugar a ser maniquíes. Cambié mi look  me corté el pelo y me gustó. Era más cómodo que el pelo largo. Y me daba un aspecto más duro. Empezó mi época de Punki. Yo con zapato plano. Ella más sensual. Más madura. Llevaba transparencias.  Era la moda Abdil.  Faldas vaporosas y largas y por supuesto  blancas. Ella las llevaba con botas de Vaquero  de tacón cubano. Resaltaba el cuero blanco, los  dibujos llamativos  y coloridos.

Más tarde, la tienda empezó a llenarse de gente y contrataron otra chica. Yo tenía que ir a casa. Les pedí  “permiso” con intención de conservar el trabajo si me iba ahora. No hubo problema.  Lo entendió. Incluso me regalaron ropa. Estrenaba look.  Tengo alguna foto de aquella época.  Parecía otra persona.

¡Pues sí!  Me iba en avión a casa.  También  mi primera vez en avión. No era barato, pero era lo más rápido por supuesto.  Estaba  impaciente por volverme ya,  con mi emancipación en el bolsillo.

Otra nueva aventura para mí. Me sentía fuerte y segura. En el vuelo me dio tiempo a pensar y sentirme adulta. Iba preparada para una fuerte bronca y para lo que tuviera que pasar. Confiaba en mi padre. Pero sentía un vuelco en mi alma, cuando pensaba en que  algo no saliera bien.

Cuando llegue a la Terminal, busqué un taxi para llegar a Atocha. Llegue a casa y la recepción fue sería y fría.  Lo primero que hice nada mas estar en el pasillo y apoyada en el  marco de la puerta del salón.  Fue sacar un cigarro y encenderlo  descaradamente diciendo en tono muy serio,  que impedía que nadie me diera permiso.

_ ¿no os importa,  no?   Ya lo había encendido y le daba una profunda calada. Estaba muy nerviosa. Las mujeres en mi casa no fumaban delante de mi padre. Pero todos sabían que fumaban en el baño con la puerta cerrada.

Y allí estaba rodeada de todos, hermanos, padres, cuñados.  Parecía un examen. Todos mirándome. Silencio. Miradas. Hasta que mi hermana empezó a darme unos besos de saludo. Mi hermana me llevó a la habitación. Los días siguientes vinieron a verme las vecinas, las tías y la abuela. Aunque me saludaban con alegría de verme, en sus palabras siempre había un poquito de reproche. Por el susto innecesario que les día mis padres. Era su visión.

Al día siguiente fuimos por la tarde al Notario.

Recuerdo el camino en silencio y la vuelta a casa dándome la bronca, mi madre era la más dura conmigo.

Me iba  al día siguiente a coger un avión  con mí mayoría de edad en el bolsillo. Si supiera cuánto la necesitaba.  Mi alma lloraba inconsolable. Necesitaba su apoyo. Su comprensión. Su amor y dulzura. Su simpatía. Su sonrisa.

Me volvía a ir. Después de conocer Ibiza, aquello me parecía el sitio más feo y triste donde vivir.

En el último momento,  mi madre, que ante los demás era dura e intransigente,  me metió 10.000 pesetas entre mis cosas en  la maleta. Tengo que agradecérselo enormemente.

El mar inmenso dejaba ver un trozo de tierra desde allí arriba, el vuelo llegaba a Ibiza. En el aeropuerto cogí un bus que nos llevaba al centro. Luego cogí un taxi para llegar a casa de Sache.

A la mañana siguiente me dieron una mala noticia. Mi vuelta a la tienda no era posible. En mi ausencia, contrataron a otra chica.  No me importó. Tenía motivos para estar contenta.  Seguí disfrutando de la Isla.  Quedando con Eva y Sache en el Mariano.  Allí se iba agolpando cada vez más humanidad.  También en su casa. Vinieron en  Semana Santa cuatro amigos de Madrid. Dos parejas que se acoplaron.    Habían subido en vespa hasta  Valencia  y luego barco.  Era divertido tanto bullicio. Yo estaba acostumbrada a vivir con mucha gente.  Con ellos  recuerdo los paseos por el campo. El viaje a Formentera. El  Faro  de la Mola. Cuando  entramos a la cueva (la que sale en la peli “Lucia y el Sexo”)  y vimos el mar desde  la pared del acantilado. Fue una experiencia llena adrenalina.  Aun recuerdo el vértigo que sentí  mirando el horizonte. Y ese hormigueo en  las piernas.  Esa sensación de estar flotando y no notar el suelo.

Un día Ana Luisa me presentó  a unos chicos ibicencos. Me contaron que había una pista de patinaje enfrente del Glorys. La busqué. Di varias vueltas arriba y debajo de la carretera de San Antonio.   Al otro lado de la entrada al Glorys, sólo había un camino hacia el campo. Lo cogí.  A unos cien metros encontré  un pequeño  cartel  dónde ponía  Radio City.  Seguí el camino. Llegue a  una nave  prefabricada de metal  y uralita.  Sola  entre arboles. Con una explanada delante y una puerta y una taquilla.  Estaba cerrado.  Pero volvería después. Y así lo hice. Al llegar vi destellos de luces de neón en el cielo.  Desde fuera ya oía la música.  Entré y vi un montón de gente patinando. Tenía un pequeño bar y otro mostrador donde ponía “Alquiler de patines”.

¡Yo sabía patinar!  Me fui al mostrador de los patines.  Pedí unos de mi número. El chico qué  me los dio  preguntó;  ¿te valen?  Ten en cuenta que tienen que estar apretados. Me  apreté bien fuerte los cordones y me lancé a la pista.. Era divertidísimo. Sonaba Oxigeno de Jean Pol Jarre. Me puse a volar con los patines en los pies. A bailar y moverme al ritmo de las notas. Cuando me sentí asfixiada de tanto esfuerzo salí de la pista. Me fui a beber algo, solo tenían zumos naturales de frutas. Pedí uno de manzana.   Me apoye en la barandilla rosa del  pasillo para tomármelo,  mirando a los patinadores. Allí estaban esos chicos y  sus amigas. Lo hacían muy bien. Les saludé, terminé mi zumo   y me fui de nuevo a la pista a bailar. La música movía las ruedas de mis patines. Que música más buena… Me lo estaba pasando realmente bien.

Volví a salir, esperando otra canción que me motivase. Estaba sentada y se me acercó el hombre que me había puesto el zumo. Me traía otro.  Lo cogí y le di las gracias efusivamente. Era un hombre delgado y alto, hablaba francés, era elegante, casi escrupuloso.  Era el dueño del  Rolling

Me dijo _patinas muy bien, ¿Dónde has aprendido?

_ En la calle con unos de correas, le dije.

 Así era.   Mi vecina, a la que le hacia la compra del pan por la mañana antes de irme al cole.   Me regaló unos  sanchescki para Reyes.  Me los puse y rápidamente empecé a patinar más o menos sin caerme. Pero aquéllos eran diferentes.  Eran unas botas deportivas que estaban ajustadas con tornillos a la suela de metal. Era genial, se podían ajustar con los cordones hasta sentirlos como un guante.

Estos son mucho mejor. Seguí diciendo….

En ese momento su mujer y su  hija le llamaban desde el “bar”_ ¡Paul! ¡Paul!_

Estoy buscando trabajo_ le dije_ antes de que se fuese.

Me miró y me dijo:

_Vente mañana a las cinco

_ ¿Sí? Quédate a patinar todo lo que quieras, que puedes mejorar.

¿Y las botas?_ pregunté_

¡Ale, Ale, Ale! “GUI”

_ Te llevas a casa o dejas aquí_ dijo señalando al chico del alquiler.

_Dile Petro, dicho Pol.  No problem. Gratis. Mañana tu aquí a las cinco.  ¡Ale! A patinar.

Me quedé boquiabierta. ¡Que amable! ¡Que majo! ¡Qué suerte!

Me quedé hasta que ya no tuve fuerzas. Hablé con Pedro que también estaba en la pista. Al día siguiente sería mi compañero. No me imaginaba que también iba a ser mi pareja de baile en la pista. Empezamos por probar, pero nos salían pasos muy bonitos.  Nos entendíamos con un apretón de manos. Y repetíamos los pasos. Sobre todo saltábamos a la pista cuando sonaba Jean Michel Jarreo o Mikel Olfield.  Al final del verano éramos pareja para competir en un maratón de resistencia.  Fueron 26 horas sin dormir y sin parar. Solamente  cinco minutos cada hora para sentarse o ir al baño.  Comíamos y bebíamos durante la carrera.  Pedro y yo nos habíamos atado  la muñeca con un fular, por si nos sudasen las manos y que no se nos escurrieran, pues era motivo de descalificación.

Salimos a ganar y ganamos. Las últimas horas fueron dolorosas. Cuando sonaba el silbato que marcaba el descanso, ya nos tirábamos al suelo directamente y empezábamos a darnos masajes en los gemelos.

Empecé a conocer más personaje y me salía trabajo en las discotecas para los grupos de animadoras. Yo me iba con patines a todos los sitios, no me los quitaba, incluso cuando iba en moto. 

Abrieron el Ku, eran los mismos dueños que del Amnesia. Pedí trabajo de recoge vasos. Me lo dieron. El Office era un lugar donde se limpiaban los vasos en máquinas que no paraban. Solía tener una temperatura más alta. Y era un trasiego de camareros entrando y saliendo del cuartito, donde había tal cantidad de vapor que apenas nos podíamos ver. El suelo mojado nos ponía las cosas más difíciles, los recoge vasos iban y venían dando patinazos. Con tal soltura, que parecían bailar al ritmo del local. Haciendo giros imposibles  para no chocarse, un girito aquí, un quiebro de cadera  con un gritito allá. Así estuve todo el verano. Entre una fiesta y otra y trabajando hasta el amanecer. Me iba a las Salinas para dormir y así tomar el sol. Casi todas mis compañeras quedaban en Es cavallet o las salinas hasta la hora de empezar a prepararnos para otra Fiesta temática súper original. Los días con mis amigos gais eran divertidísimos, nos arreglábamos juntas, eran muy creativas, una de ellas se parecía mucho a la cantante Barbra Streisand, tenía su misma nariz y la imitaba cantando, era tan bonito escucharle, era todo amor.

A veces me quedaba en su apartamento que compartía con otro compañero, porque en casa de Sache había muy poco sitio.

Un día tomé la decisión de irme al camping de Playa Embossa .  Me compre una tienda pequeña y me alquile una parcela por un mes. No estaba mal. La playa estaba  tan cerca  que se oía el mar de noche. Me construí como una “terraza” a la entrada. Con unos palos  y unos juncos le hice un techado.  En una excursión por la playa encontré  un tronco y me lo puse fuera como mesa. Ibiza más cerca que desde casa de Sache. Mi moto en la puerta al lado del árbol.

Hubo un concurso de baile con patines en Amnesia.  Me presenté. Era una forma de ganar una pasta extra. Quedé segunda en la general y primera en chicas.

 Luego hubo otro en vara de Rey. Era una carrera de velocidad. Solo una vuelta al bulevar hasta la puerta del HOTEL Mar y Sol. Me caí antes de llegar.

 El de Resistencia  lo organizaba La Pista Rolling.  Mi compañero y yo ganamos. Nos dieron una medalla y diez mil pesetas. Nos hicieron fotos para el periódico alemán Ibiza zeutting.

Me lo pasaba muy bien. Descubrí  música nueva.  The Police estaban oyéndose siempre en la calle. Su música salía fuera desde algún local. 

Fue época de fiestas y reuniones. Compartir. Comunicación. Aprender.  Conocer sitios nuevos en la isla. Calas y playas.  Caminos y campos llenos de almendros en flor. Montañas con casas payesas blancas y redondeadas. Dándole al paisaje un hermoso matiz de escena bucólica de película.

 Recuerdo la familia de San Sebastián.  Eran cuatro hermanos .Uno de ellos de vez en cuando se quedaba por la pista. Se lo pasaba muy bien patinando. Me dijo qué vivían con su madre cerca de la playa. Nos invitó.  Qué bien comimos en su casa aquel día ¡como la comida de una madre nada!

Me acuerdo de la fiesta que hicimos en la casa de alguien. Donde yo descubrí que sabía tocar  los bongos.  Fumando  y riendo.  Junto a la chimenea. Compartiendo unas cervezas. Haciendo música improvisada.  Fue mágico.  

La librería de Vara de Rey que puso Niki Lauda después de su accidente. Allí estaba con la mitad de su rostro hecho una cicatriz rojiza y llena de  líneas que surcaban la piel. Aunque los libros eran interesantísimos no pude ir más veces. 

La casa de grabación. Donde conocí a The Boomtown Rats  (no me gustan los lunes) único y conocido tema de ellos.

Las ruinas de “Atlanta”. Aquello sí que me  puso la piel de gallina. Era increíble lo que la naturaleza puede hacer y lo que la imaginación puede llegar a crear. Eran piedras calizas de color rosáceo.  Estaban cortadas perfectamente en bloques que se quedaban erguidos sobre la arena de una cala. Allí estaban como de pie.  Junto a los embistes del mar.  El sol le daba a la piedra ese brillo marciano. Fue alucinante. Quizás el entusiasmo estaba justificado.  Si lo pudieras ver con los ojos que yo lo vi.  Aunque no exagero nada.  Estaba en la cala tal y como lo cuento. Puesto allí.

¿Bajamos?

Era un camino empinado. Estrecho. Camino  de cabras. Algún tomillo para que te agarrases sin rodar. Pero nada más. Era  un paisaje lunar desértico.  Parecía estar hecho con un enorme cincel por la mano de un gigante. ¿Podían ser las ruinas de alguna construcción? O de algún templo en tiempo de los dioses griegos. Las ruinas de una civilización antiquísimo que se comió el mar en alguna tormenta. Así especulando le dimos el nombre de Atlanta.

Otro momento sublime fue la primera vez que vi ocultarse el sol tras la Isla de Es Vedra. ¡Qué colores! No había visto colores pasteles tan bonitos y distintos. Nada que ver con  todo lo que había visto en los libros. El mundo era más asombroso que mi imaginación y en Ibiza lo estaba descubriendo.

Tan feliz. Me asoma una sonrisa a la boca cuando encuentro esa sensación en mi memoria. Hasta encontrar esa belleza, todo  mi mundo había sido a través de una ventana.

Con el trabajo en la pista pude compaginar otros de noche en las discotecas. De cinco a ocho me encargaba de enseñar a los más pequeños. El  sitio era un círculo que teníamos aislado con unas barandillas en el centro. De esa forma siempre se podían agarrar antes de caerse y además evitábamos  que  se chocasen con los que iban mucho más deprisa. 

Mi trabajo en la discoteca, era recoger vasos vacios y cada noche disfrazarnos de lo que la fiesta fuera. Cabaret. Oeste. Circo.  Las temáticas eran múltiples.

A veces me apuntaba  para salir en coches hacia la playa e ir repartiendo por la arena publicidad. Luego  comíamos paella.

Una  noche en Amnesia me llamaron del Office para que llevara una botella de champan y la cubitera a una mesa en concreto. Yo iba en patines. Nunca servía.  Solo recogía vasos vacíos.

Pero aún así,  hice lo que me dijeron.  Me fui patinando con la botella de champan y la cubitera. Al llegar a la mesa pude ver a una señora muy guapa. Guapísima. Elegante. Enigmática. Sentada sola. Mientras cuatro o cinco hombres pululaban a su alrededor.  Sin tomar asiento.  Yo con toda  naturalidad me acerco y al dejarlo sobre la mesa.  Buscando su mirada  le dije algún formulismo de camarera… 

Aquí tienen ¿algo más? O alguna expresión semejante.

 Entonces un hombre  de los de traje, delgado, rubio y alto,  dio una zancada y me pareció que ponía su cuerpo como obstáculo para que no pudiera seguir hablándole.  Con su movimiento y  su chaqueta abierta pude ver  un arma en su cintura. Me miró.  Buscando que mi mirada se desviara  a su cara.

 Cuando volví al office.  Entre risas  mis compañeros  me preguntaban ¿Qué tal? ¿Qué tal? Entonces me  enteré que era Farah Diba la mujer del Sha, la última emperatriz de Persia.

Cuando estábamos en lo mejor. Empezó a acabarse el verano.  El puerto estaba lleno de coches y personas que ya se iban.  Se notaba  mucha menos  gente en las calles. Yo con tanta intensidad. No había previsto ahorrar para volver a la península en invierno. Habría que improvisar.

 Una  mañana  me encontré   a Gorca.  Iba con un  amigo alemán. Nos  presento. Nos quedamos hablando en la terraza de siempre.  Me dijo que ellos se iban en un barco hasta Altea. Que si quería irme con ellos.  Fui al puerto con ellos. Quería ver ese barco.  Fuimos juntos y  quede  hechizada. De madera de 12 metros de eslora. Con sus mástiles.  Todo era de madera. Y dentro tenía un camarote con 4 literas y un baño.  Me pasee tocándolo todo. Mirando y guardando esas imágenes.  Los cabos. El timón. Su mástil.

Era  “EL VIKING II”

EN MIS SUEÑOS Como me gusta, voz de nada, quieta caricia, Lleno mi mente con tu imagen, Tu olor en mis labios, Tu piel en mis manos, Y tú allí y aquí. El aire sale de mis pulmones golpeándome el cuerpo, Si pudiera… si pudiera respirarte. Tengo miedo a la Pasión, al Deseo. No soy libre, báñame de fuego para no quemarme.

Reciclaje

Aquella mañana duró 4 días.

Fue una muerte súbita que duró 4 noches.

Fue un adiós sin despedidas

Fue un antes y un después

Fue la gota derramada por el envase quebrado de una vida

Fue la lección del Karma aprendida

Una siesta y después la mañana

Volví a vivir

Una vida prestada

Abrí los ojos y no vi nada

Quise hablar y no encontré las palabras

Mis labios mudos se tensaron en un gesto que nacía de la desesperación

De la incredulidad

Del miedo

De la confusión

¿Que era esto? ¿ Dónde había ido? ¿De dónde volvía?

Y volví a mi interior a buscarme buscando respuestas

Y me encontré con ganas de estar sola y en un rincón llorando

Era un milagro estar con vida después un aneurisma.

Me consoló saber que quería salir de ésta pesadilla

era mi único empeño

Y empecé a caminar (gateando)

y comencé a vivir como un bebé de cuarenta y tres años.

Aprendí de nuevo a hablar.

Esperé a que mis ojos vieran para salir sola a la calle.

Tuve paciencia y tesón.

Y tuve mi recompensa

Más amor

Ahora que tus manos ya no me acarician.

Ahora que en mi cama hace frío por tu ausencia.

Ya no te añoro.

Ya no sufro por amarte.

Te recuerdo con un cariño entrañable. Con una sonrisa cómplice en mi boca.

Pero ya no te añoro.

Ya no sufro por amarte.

Ahora mi corazón es libre de tu amor.

Amo cada mañana mi nuevo día.

Amo ilusionada al futuro que llega.

Amo al mundo que me rodea. Mi mundo.

Amo cada bocanada de aire respirado.

Amo todo lo que siento.

Estoy enamorada.

IBIZA Capítulo III

Capítulo III

Se abrió la pasarela para embarcar. Rápida y nerviosa, disimulando mi primera vez en barco, me dirigí hacia la entrada. Todo era irreal de tan nuevo.  Tantas emociones y peligros me ponían en alerta como un felino. Por dentro estaba hecha un flan.

Me busqué un asiento con la mirada y ahí estaban esas chicas de nuevo.  Hablaban sin parar.

– ¿Entonces vienen este año?…..

  • ¿Os importa? Pregunté señalando una butaca junto a las suyas.
  • No, no, siéntate  aquí.

Empezamos a hablar – ¿Entonces no conoces a nadie en Ibiza? ¿Y de dónde eres?- Yo seguía contestando a sus preguntas y oyendo sus comentarios.

Bueno – dijo una de ellas –  yo me llamo Cintia y ella es Jazmín.

  • Yo me llamo Inés, soy de Pinto.
  • ¡De Pinto!  – Dijo Cintia exclamando  sorprendida.

¿Por qué? –  pregunté ante su exclamación – ¿Lo conoces?

  • Sí,  de allí eran unos chicos muy majos que conocimos el año pasado en el camping de Valencia. ¡Qué coincidencia! Igual los conoces. – Empezó a darme nombres. Algunos sí me sonaban. Pero eran más mayores que yo. Eran moteros. Seguro que oí hablar de ellos por mi casa. Algunos me sonaban sí,  y eso les dije.
  • Nosotras vivimos en Valencia y vamos a hacer unas compritas en el mercado de Es ´Cana. Te puedes venir con nosotras. Te puedes coger una habitación o a lo mejor tienen una de tres. … – seguía pensando en alto Cintia.
  • No tengo dinero para la habitación. – contesté apesadumbrada.
  • Nosotras estamos hasta el jueves. Puedes quedarte con nosotras. – respondieron alegres.

Yo les conté mis peripecias para llegar hasta aquí.  Me escuchaban  y se reían.  A partir de ahí mi viaje dejó de ser en solitario. Mis nuevas amigas eran simpáticas. Nos levantamos y fuimos al bar-cafetería  del Ferri de la Transmediterránea,  me pagaron un café con leche  y un bocadillo.

  • ¿Salimos fuera? – pregunté.

Quería respirar el mar.  Miré al horizonte y aspiré profundamente. Llegó a mi cara un aire húmedo. Era maravilloso.  Yo no esperaba tener tanta suerte. Estaba ensimismada en mis emociones, cuando se quejaron del frío. Respiré  hondo.  Una lágrima resbalaba por mi cara.  Saqué la punta de la lengua y me la bebí, mientras tragaba el último trozo del bocadillo.  Tragué saliva tratando de  esconder mis lágrimas.  Me limpié con las manos. Volví con ellas  dentro entre risas.

A partir de entonces no viajaba sola.  Era irónico,  iba camuflada entre dos “niñas de papá”  que iban de compras a Ibiza. Ese pensamiento me dibujó una sonrisa en la cara. Y  me tranquilizaba. Iban a ayudarme. Iban a colarme en su habitación.

Pasaron las horas. Yo me asomé varias veces a los cristales para ver las luces a lo lejos.

Ya anochecía cuando entrábamos en el puerto. Estaba nerviosa y ansiosa por llegar y pisar tierra. Me puse el poncho de cuadros y me eché el macuto azul a la espalda. Salí a cubierta y pude ver una montaña presidida por una Muralla rodeando la ciudad  y todo ello  brillaba en el reflejo de un mar oscuro iluminando la noche. Y arriba, coronándolo todo,  un vigilante y majestuoso castillo. Se me escaparon dos lágrimas y guardé las gafas mientras pensaba, “tienes que estar contenta, todo está bien”. Bajábamos juntas la pasarela. Una línea amarilla señalaba el borde del puerto al final del puente. Recuerdo el sonido del mar bajo mis pies susurrante. Me acurruqué y esperé a que ellas estuvieran a mi lado.  Llegamos a Tierra con sonrisas en la cara. Celebrando la llegada, caminábamos distraídas. Dirigíamos nuestros pasos al edificio de salida.  De repente, una furgoneta de la Policía Nacional  paró a nuestro lado antes de que llegáramos. Se bajaron dos policías nacionales. Se acercaban a nosotras. Me puse a temblar. Ellas tenían 18 años o más,  pero yo… Me dio tiempo a temer que esto era el final de mi aventura. “Hasta aquí hemos llegado”.  Ya estaba pensando en las consecuencias. Aún me quedaban dos años para ser mayor de edad.

Cintia  me había susurrado – no digas nada, tú déjame a mí.

Nos hicieron subir al furgón y nos llevaron a la comisaria del puerto.

Y sentadita como una niña buena, solo dije sí, sí, sí y no, no, no.

_ ¿Sois de Ciudad Real? – Preguntaron.

¡Nooo!  – Dijimos a la vez las tres.

_Es que se han escapado tres niñas – dijo el policía – y como sois tres.

Cintia cogió las riendas de la conversación con mucha seguridad  y empezó a explicarle al policía.

Nosotras venimos a pasar  unos días para hacer unas compras, también les dijo que sus padres eran amigos de los míos, que me conocían del año pasado del camping tal y tal. Hablaba como la hermana mayor de todas y se le notaba muy responsable. Les explicó que íbamos a “la Marina” donde  teníamos reserva y volveríamos el jueves a Valencia. Cuando terminó de dar sus explicaciones acabó  diciendo que si no la creían que llamaran a sus padres, que yo estaba autorizada por los míos. “¿Cómo si no iba a viajar siendo menor? ¿A qué no? Señor policía”.

Al policía le debió parecer bien, no éramos las chicas que buscaban y salimos de allí a los pocos minutos,  después de devolvernos  el DNI.

 ¡Qué casualidad! Que nervios pasé. ¡Qué bien! ¡Nos íbamos! Caminaba bajo una nube de temblores. Primero en silencio y muy serias, pero cuando salimos del puerto volvimos a reír y a hablar todas a la vez.

Yo solo decía una y otra vez ¡de la que me he librado! Casi no me lo creía.

“Si ya me han parado una vez, ya saben que estoy aquí. Y no me detienen…” – pensaba… –  “Eso es que no hay denuncia”.

Me tranquilicé mucho.  Empecé a ver la parte positiva de las peores experiencias.  Y también pensé  que las podría  tener más tarde. Caminábamos ya cerca de la Pensión. Me quedé fuera, en la puerta. Ellas entraron y cogieron la llave. Después  me avisaron desde la escalera. Subí rápidamente y cerraron  la puerta tras de mí. Nos salió bien, no hubo sobresaltos.

Aquella noche dormimos las tres en dos camas.  Decidieron que se podrían apañar para colarme en vez de pagar por una persona más. Yo tuve que entrar cuando todos dormían durante los siguientes días. Pero no me importaba, por fin pude ducharme y desenredar mi pelo. Puse en orden  mi macuto, nos enseñamos la ropa y nos intercambiamos algunas cosas.  A  Jazmín le cambié mi vestido “hippie” del rastro de Madrid,  por un jersey muy bonito y mejor para el clima de enero.

Estuvimos mucho rato hablando, luego nos repartimos el sitio en la cama y me quedé dormida enseguida. Nada me despertó, excepto el hambre. Nos fuimos a desayunar las tres. Y así conocí el bar Mariano en  la calle Mayor. Paralela a la calle de La Virgen.  Y así,  desde ahí, todas sus  calles, estrechas y empinadas  que parecen incrustadas en las rocas se reparten la montaña internándonos hacia el barrio de “Dalt Vila”,  la  “Ciudadela”. 

El bar Mariano se convirtió en mi sitio habitual. El bocadillo costaba 50 ptas. Y el café 15.

Además, era uno de los pocos que  quedaba abierto en invierno.  Se estaba caliente. Allí se reunían  un montón de personajes. Gente entrando y saliendo. Otras apoyadas en la barra de acero inoxidable con un vaso de café con leche caliente delante y un bocadillo de tortilla española en la mano. Había mesas también, pero siempre estaban llenas.

Me fueron sonando las caras, eran las mismas personas casi todos los días y siempre había alguien pidiendo un “pavo” para tomar algo.  Pude conocer mucha gente en ese bar. Gente que vivía en invierno y tenían vidas distintas a las que yo conocía.  Vivían disfrutando de la naturaleza.  Bajando poco a la ciudad excepto a comprar lo que no cultivaban o hacían por sus propios medios. Gente generosa. Gente libre.

Lo convertí en  mi sitio habitual cuando no estaba paseando por el paseo marítimo. O en el final de la calle de la Virgen, en las rocas oyendo las olas y  disfrutando otra puesta de sol preciosa.

Luego exploré toda la montaña. Había unas cuevas a la derecha del castillo, allí pasamos alguna tarde, hacíamos fuego y nos relajábamos mirando al horizonte.

La mañana que se iban las valencianas aparecieron por “el Mariano” Eva y Sache.

_¿Me dejáis  algo para un café?

 Eva me dijo: Si, claro ¿de dónde eres?

_¿De Madrid?  Nosotros también.

_¿De qué pueblo? No, no lo conozco. ¿Y qué haces aquí? ¿Dónde vives? – Y así poco a poco volvía a contar mi aventura de nuevo.

Eva  mirando a su hermano  que me escuchaba, dijo “que se venga  a casa, ¿no?” – Noté un tono maternal en esa pregunta.

_¿Tenéis sitio? ¿Puedo? – Me brillaba en la cara una sonrisa de oreja a oreja.

_Sí, dijo Sache. Tendrás que dormir en el salón.

¡No importa!  Aún arrastraba mi macuto al hombro. Estaba salvada otra vez. Cogimos mesa en  “el Mariano” y seguimos hablando. Tenía muchas preguntas. Quería encontrar trabajo pronto. Eva y Sacha eran hermanos llevaban dos temporadas viviendo allí. Eran de madre alemana por lo que hablaban alemán perfectamente. Sache era recepcionista en un hotel en Figueretas.  Eva, cuando estaba en Madrid,  vendía en el Rastro sus cuadros. Sus dibujos hechos con pluma evocaban princesas y castillos rodeados de inmensos bosques  donde Eva representaba minuciosamente  con líneas y más líneas, puntos y círculos que formaban una idea de la naturaleza donde las frutas eran ojos y las hojas eran figuritas geométricas que colgaban de una rama. Una idea de la naturaleza tan irreal y tan mágica como insospechada.

¡Qué bonitos los  vestidos de las princesas llenos de detalles y ornamentos! ¡Qué de lugares, caminos y castillos! ¡Cuántas historias detrás por imaginarse!  Historias oníricas como la vida que estaba llevando yo en Ibiza.    

Me contaron que  todavía era pronto, aún faltaban dos meses para que en Ibiza se empezara  a mover el turismo. En primavera la calle de La Virgen se llena de mesas con todo tipo de artesanía. Con vendedores de muchos puntos del mundo. Los bares del puerto empezaban a abrir por la noche y la ciudad ganaba vida. Las discotecas empiezan la temporada.

Yo tenía que encontrar algo para empezar a tener autonomía. De momento me estaba manteniendo de lo que compraban Eva y Sache en la casa. Yo, a cambio, ayudaba en las tareas de limpieza. Me quedé con ellos a vivir. Nos llevábamos muy bien.

La casa estaba a 4 Km. de Ibiza.  Por la terraza se veía la carretera de santa Eulalia. Enfrente había un bar. Allí comprábamos bocadillos de queso muy baratos. Sache tenía una destartalada vespa blanca que aparcaba en la puerta.

Si bajaba a Ibiza  a veces tenía  que subir a dedo… Pronto vinieron amigos a visitarles desde Madrid. Carmen y Rafa desde Madrid, venían desde allí en Vespa qué se trajeron  en el barco desde Valencia.  Rafa me hizo la primera carta astral. Y fue la puerta a un mundo que no conocía y me aficioné a la astrología, ahora soy yo la que hace cartas astrales.

Eva seguía pintando, la mesa grande era su estudio, menos cuando había que comer.

Oíamos a Leonard Cohen y los clásicos del rock Pink Floyd, Deep Purple… Tenían un magnetofón de 8 pistas, con la cinta a la vista.  La casa estaba amueblada con un aparador de estilo provenzal con sus cuatro cajones y sus cuatro puertas. Frente a la puerta del salón,  el cuarto de baño. La cocina enfrente de la habitación de Sache. Esta habitación tenía muy mala orientación,  hacía la fachada que cuando llovía y hacía viento se empapaba como una esponja.  De hecho, una gran mancha redonda de humedad decoraba la pared.

 Eva y yo dormíamos en el salón. En la cocina, una terracita pequeña,  que daba el sol toda la mañana. A mí me gustaba salir al amanecer, y  ver cómo el sol le arrancaba la oscuridad a la noche. Asomar la cabeza por la ventana y respirar todos esos aromas que se guisan en la tierra al calor del día.  Quedarme quietita al sol. Y como un gatito dejarme calentar con su luz. Absorber su energía.

Uno de esos días alguien me habló de un artesano que daba trabajo pintando casitas de escayola, que luego se vendían en las tiendas y los puestos de la calle. Eran casitas ibicencas de diferentes tamaños y modelos.  Me dio trabajo.  El Artesano era un chileno que preparaba el material en su “tallersito”. Me pasaba todo el día en el taller del chileno, era un personaje difícil de olvidar. No como su nombre, que no recuerdo en absoluto, sino por su aspecto. No era alto, era largo y famélico. Tenía un ojo cerrado siempre. Su cara era rojiza y se alargaba en sintonía con su cuerpo. Se ataba en una coleta una mata de pelo negro y brillante, que le llegaba a la mitad de su huesuda espalda. Y por si esto no lo distinguía bastante, además el buen hombre, cojeaba del lado del ojo bueno. Parecía un pirata. Me ganaba 2 “duros” por cada casita pintada con pincel y a mano alzada. Me pasaba desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, parando un ratito para comer un bocata.  Era una ruina.

Seguí  bajando Al Mariano, conocí a Ana Luisa, una chica simpática y mayor que yo, era de Zaragoza,  dónde trabajaba en una tienda de discos, cuando se le acabó el contrato, se vino de interna a la casa de un médico, cuidando sus niños y limpiando. Tenía una habitación a la entrada de la casa, cerca del despacho y consulta del ginecólogo.  El día que nos conocimos me fui a dormir a su habitación para seguir hablando.  Nos vimos más veces,  se vino conmigo a casa de Sache y Eva.  El círculo de amigos se iba haciendo más grande. Ella nos presento al vasco Manel y sus hermanos. Recuerdo nuestros  vecinos  del primero eran una pareja gay de argentinos.  Tampoco puedo olvidarme de María y su hijo Arco Iris. Gorka y sus amigos los alemanes. Nos presentó a un escritor que nos invitó a probar la mermelada de “Hachís” que hacia su mujer,  fuimos a  su casa de Portinax a comer varios días.  Guido y su barco.

También encontré más lugares desde donde ver los atardeceres sobre el mar. Y su cielo azul, ahora morado, ahora rosa, naranja, hasta quedar un hilo brillante que desaparece comido por las sombras. Hicimos excursiones por el campo disfrutando de los parajes y acantilados, Es Vedrá, Atlantis, recorrer la carretera  hacía Es Canar por la carretera  de  Sta. Eulalia, y seguir  hacía Portinax, disfrutando de las vistas de los almendros en flor adornando los lados de la carretera. 

Hubo tantos días y fueron tantas las veces que recorrí sus carreteras para descubrir lugares donde ver las puestas de sol.

Y locales donde escuché  la mejor música,  “la Finca”,  el Rainwow”  dónde aprendí a jugar al Back gamón, y luego me quedaba dormida, hasta que un día no me dejaron entrar. En la puerta de La Finca conocí a Javier Bergía. Impresionante compositor y guitarrista, fui hace poco a su concierto en Madrid.

Viví muchas cosas.  Recuerdo una que me asustó.

Habían terminado de cenar, Sacha esa noche libraba. Eva, en la mesa de madera, componía un paisaje relajante. Un bote de tinta. Dos velas a la izquierda. Una carpeta grande verde con cintitas negras que protegían su interior con algo de severidad. Y su mano inquieta con trazos cortos y rítmicos dando magia a los tacos de folios inmaculadamente blancos. Se oía Leonard Cohen  y bajo el fondo de música el viento silbaba en las contraventanas de madera.

Había empezado a llover. Llamaron a la puerta. Era más de medianoche. Nos miramos y miramos la puerta. “¿Quién sería?”

Volvieron a llamar y más deprisa, no más fuerte, pero sí con insistencia.

Sache abrió. Era Gorka, le conocíamos a través de otras personas. Y venía con un amigo al que no conocíamos. Estaban nerviosos y mojados. Entró como siempre con ademanes de ponerse cómodo. Dijo “éste es un colega, se llama “Najas”. Como no nos movimos, Gorka se quedó de pie cerca de la puerta.  Sache se apoyó en la mesa con un brazo y puso el otro en “jarras”.  Cruzó los pies, de forma que apoyando uno sobre el otro, ocupaba más espacio para vetar la entrada. Era una postura que expresaba tensión. 

Aquí no os podéis quedar – dijo firme.

_ ¿Qué pasa? – Se dio cuenta de que la visita no era casual. 

_Tío voy a pasar al baño ¿vale? que venimos desde el centro… – y se fue al cuarto de baño y Sache se fue detrás de él. Le oíamos hablar. Salió y entonces miró al “Najas” se estaba quitando la chaqueta mientras decía:

_Me voy a quitar esto que estoy “empapao”. ¿Y vosotros de dónde sois? – Dijo intentando entablar conversación. – Yo de Madrid. – Y como el que saca el tabaco  y el mechero,  estaba sacando una pistola de su cintura, que puso sobre la mesa y  así se quedó, sin quitarle la mano de encima hasta ver nuestras caras, entonces dijo:

_Tranquilos, tranquilos, no está cargada – levantando las manos y sin moverse del marco de la puerta. Donde se había quedado esperando.

_Es que me estaba molestando aquí ¡jejejeje!! – dijo señalándose la hebilla del cinturón y más abajo.

Eva  seguía con la mirada puesta en el revólver y yo estaban mirando cómo el paisaje en la mesa grande había cambiado de repente.  Desordenando absolutamente  el momento y  nuestras mentes. Yo miraba la pistola (era la primera vez que veía una), era negra y brillante, tenía que pesar, por el ruido que hizo al soltarla. Miré a Sache que seguía tenso y de pie moviendo la cabeza. Decía que no. No. Con los brazos en” jarras”.  Estaba muy nervioso.

_No Gorka, no. Aquí no. Aquí no quiero armas. Te vas Gorka os vais. ¡Os vais de aquí ya! ¡Qué os larguéis! ¡Largaros ya!

Gorka no puso objeción y dijo: ¡venga vámonos! – Gorka salió el primero y encendió la luz de la escalera.

Se fueron. Sache cerró la puerta y se quedó callado y pensativo, rascándose los rizos  rubios y apretándose la barbilla.

Nos estábamos mirando Eva y yo esperando a que dejara de dar paseítos y nos contase algo de lo que habían hablado. Empezó a decir,  “aquí que no venga con gente. Mañana se lo aclaro.  Y se acabó “. Estábamos comentando la mala pinta que tenía el que iba con él. 

Todavía estaba encendida la luz de la escalera y oímos unas motos. Pensamos que eran ellos que se iban. Cuando suena el timbre. Sache pensando que volvían abrió bruscamente la puerta y se quedó congelado como una imagen.

Allí estaba la Guardia Civil.

_Buenas noches –  dijeron.

Eva  y yo nos miramos con los ojos muy abiertos. Era increíble. Allí estaba la Guardia Civil.

_“Buenas noches” – dijo Sache sin aliento.

Lo que menos se esperaba al abrir era encontrarse allí a la Benemérita.

Dijeron que estaban buscando a dos hombres y les había parecido haberles visto subir.

_NO, NO, aquí no están.

Yo no escuché ya nada más de la conversación. El pánico tiene el poder de aislarte de la realidad y allí estuve en pánico durante el tiempo que duró la visita. Era incapaz de escuchar. Solo oía mi corazón cabalgando. Era como si estuviese dentro de una burbuja de espuma. Atrapada sin poder mover un músculo.

 Sache cerró la puerta. Se fueron.

Volví a respirar e inhalé profundamente. Oímos alejarse el motor. Y entonces empezamos todos a hablar a la vez.  Sache decía tacos.  Todos haciendo preguntas que nadie respondía.

Después Sache se puso muy serio y mirándome, dijo: “y menos mal que a ti no te han pedido el carnet, que si no…”

Estaba preocupado por la responsabilidad que tenía ante la ley al alojar a una menor en casa.

Me entristeció mucho, pero lo entendía. Es normal. Estoy en su casa.  Suspiré tristemente.

Ahora podía tener problemas por mi culpa, encima de que me estaban ayudando.

Me fui a la cama pensando en una solución.

Alegría

Háblame bajito al oído.

El amor en un susurro.

Acércate.

Quiero sentir el roce de tus labios.

El aire de tu boca es un caricia.

Háblame bajito al oído.

Dímelo mil veces.

Déjame sentir otra vez ese escalofrío.

Ese escalofrío que sube por mi pecho.

Imparable. Como la espuma de las olas.

Tus brazos son mi descanso.

No me sueltes.

Quiero fundirme en el calor que me das.

Derretirme en el mar de tu piel.

Con su horizonte.

Y su sol. Mi sol.

Mi amanecer.

Mi mundo.

Soy féliz.

Soy féliz acariciándo la mañana en el frescor de tu boca.

La primera bocanada del amanecer.

El despertar de los árboles con el sonido de los pájaros.

Entonces abres tus brazos y me rodean.

Y yo desayuno tu piel.

Y te como a besos amor.

¿ oyes cómo grita mi corazón?

¡Baila de alegría!

Amor ausente

Lejos, te noto lejos.

Lejos de mí.

Ausente en mi corazón.

Ausente como en mi mundo.

Ausente cuando te digo que te quiero.

Ausente cuando mi mirada no te dice nada.

Te despedí de mi vida.

Te despedí y aún te amaba.

Te despedí y deseé que alguna vez fueras corazón enamorado.

Me acostumbré a no esperarte.

Me acostumbré a no llamarte.

Me acostumbre a no extrañarte en mi vida.

Amarte sin miedo me hizo feliz en tus brazos.

Amarte sin medida, me hizo Diosa en tu cama

Pero triste mortal caminando a tu lado.

Amarte sin ser correspondida hizo más fuerte mi amor por mí.

Por mi felicidad. Por mis ganas de felicidad.

Siempre quedará…lo que no vivimos.

Y a ti otro amor.

Ibiza cap.II

Capítulo II

Le dirigí unas “gracias, muchas gracias señor”.

Me fije  al entrar. Era mayor,  pero no viejo. Era como los padres jóvenes de algunas de mis compañeras de clase. Tenía puesta una chaqueta marrón oscura con el color desvaído por el sol. Era poco el pelo de su cabeza, pero tenía bigotito. Sus gafas y sus ojos pequeños le daban aspecto de ratón. A pesar del revuelo de octavillas del circo, el coche estaba limpio y olía bien.

Muy decidida.  Y más  atrevida que segura había entrado en aquel coche.  Pero era mejor irse cuanto antes. Metí mi macuto bajo mis pies, no había mucho mas sitio. Llevaba según dijo el maletero lleno de paquetes de publicidad y le estaban esperando.

Me quité “mi manta”  que era un poncho con cuadros grandes de colores de un tejido similar a una manta. Supuse que mi hermana se enfadaría por llevármelo pero no tuve más remedio ¡era muy calentito!

Pronto empecé a hablar yo. A preguntar sobre su trabajo y esas octavillas.  Era el mejor tema que se ocurrió. Me contó que su trabajo era en una imprenta. El hombre era un librero.

En mi cabeza la situación parecía  curiosa.  Un hombre tan serio,  con el coche lleno de fotos de tigres y leones enjaulados, domadores,  payasos y trapecistas. Y yo una “niña escapada”. Me identifique con los animales del circo.

¿Una imprenta? –Seguí hablando deprisa-  ¡Mi hermana trabaja en una fábrica de libros!

Y empecé a hablar de los libros que había leído. Cuando me pongo nerviosa hablo mucho. Pregunto y pregunto. Apenas me contestan mi mente ya estaba formulando la siguiente pregunta. Una mente incasable y voraz de información.

Y eso hice. Hable sin parar. Dirigía yo la conversación. Eso me tranquilizaba.

-Yo he leído muchos libros porque en la fábrica los que salen mal se los regalan.

Era cierto, si tenían algún desperfecto en la encuadernación acababan en un contenedor  en muelle. Para la basura. De allí podían coger lo que quisieran.

Le hable de Julio Verne  y de sus libros: “Viaje al Centro de la Tierra”, “Miguel Strogoff”, “20.000 leguas de viaje submarino” y “de la Tierra a la Luna”.

Mundos interesantes a los que una niña como yo hacía volar su imaginación. Leí muchísimos libros de pequeña.

Yo leía hasta lo que no estaba destinado a niños de ni edad. Todo me interesaba a todo le veía una ventaja.

Había uno que alcancé a coger del armario alto de los libros. Trataba de la “Madre y el niño”. Fue la única información sobre ese tema que tuve.

Además de leer todo lo que caía en mis manos, incluidas las  “Novelas del Oeste” que mi hermano me dejaba cuando él las terminaba  M.L. Estefanía y Silver Kane,  o de “Miedo” de H.P Lovecraft  y Edgar Alan Poe .

El que más me llamó la atención fue uno que se llamaba “El Mecanismo de la Persuasión”.

En su primera página había una especie de cuestionario y te preguntaba: ¿es usted persuasor o persuadido? Por supuesto que lo contesté. Y me lo leí varias veces.

Abrí mi mente. Pude conjeturar sobre el comportamiento humano como algo vinculado a unas reglas. Entendí cómo no nos diferenciamos mucho de las máquinas que funcionan automáticamente.

Me vi allí también. No me gustó. Mi afán por comprenderme me hizo tener más dudas sobre el comportamiento de las personas de mi entorno. Más que antes. Pensé en cómo hacer para distinguir la razón de la emoción. También me hizo pensar en modelos que no conocía. Y no eran morales. Ni de creencias. Eran del funcionamiento psicológico.

 Conceptos nuevos.  Palabras nuevas. ¡Eso sí me gustaba! Poner a pensar a mi cabeza.

Pensé en cómo hacer para distinguir  lo bueno de lo malo,  la razón de la emoción.

Todo esto no se lo conté. Había acudido a mi memoria. Estaba callada hacía rato. Metida en mis pensamientos. Medio dormida en mí asiento. Esperando llegar. Estaba  cansada, agotada emocionalmente. Mientras duró el viaje a mi me dio tiempo a recordar  lo que dejaba atrás y lo que me esperaba ahora. Mi macuto estaba lleno de esperanza, además de llevar mis poemas, mis amuletos, y un vestido Hippie que había comprado en “El Rastro” el sábado anterior.

Tenía la duda constante de ¿Cuánto tiempo duraría mi libertad? Tanta tensión me estaba haciendo gastar mucha energía. Tenía hambre. El vacío en el estomago me recordaba que no había comido nada desde ésta mañana. Ya había pasado el mediodía.

Recordé la Carta de despedida que dejé en la mesilla de noche. Unas palabras para cada uno.  Dramático. Ridículo. Pedía perdón. Pensé que nunca más los volvería a ver. Aun así confiaba en la suerte. Confiaba en Dios o en mi Ángel de la Guardia. Todos los niños tienen uno para protegerlos. Y en la humanidad de las personas. Confiaba en mí. No tenía más remedio. Estaba en un coche con un extraño.

El tiempo pasaba, y el día se iba oscureciendo. Estábamos llegando.

Me dijo_ ya queda poco.

_Yo voy a un hotel por el centro

_ ¿Y tú? me preguntó.

Yo voy a buscar a mi amigo _Le dije.

La dirección que tenía era un poco ambigua. No recuerdo si le dije dónde tenía que ir a buscarlo, “El Ramoncín” me había dado para encontrarle un apodo y el nombre de un barrio.

¿Y así le encontraré?  Recuerdo que le pregunté  ¿Por el Pelos?

 Me tranquilizó diciéndome que todo el mundo lo conocía.  Que lo encontraría. Me decía muy seguro. Y más convencido estaba de que me ayudaría a  coger el barco a Ibiza, en cuanto le dijera de parte de quién iba. Habían compartido internado mucho tiempo y eran como hermanos.

El de la imprenta hablaba de nuevo; ¿pero ahora? ¿Tan tarde? Ya es de noche. Ahora no salen barcos a Ibiza. Tienes que esperar hasta mañana.

¿Por qué no te esperas y cenas algo?, ¿seguro que tienes hambre?

Todo ocurría mientras aparcaba delante de la puerta de un hotel luminoso en una calle céntrica. Bajé del coche automáticamente cuando lo aparcó. Pisando el suelo volvió a mí la energía que me daba fuerza para no tener miedo. Ya estaba más cerca de Ibiza. Seguí pensando y cogí mi macuto por las asas y me lo puse al hombro. Estaba decidiendo hacia dónde ir. Miré a un lado de la calle y al otro, no me movía, estaba parada junto al coche pensando…  Tendré que preguntar.

Encontré la sonrisa amable del hombre diciendo ¡Vamos! es aquí.

Dijo señalando la puerta de un hotel al final de unas escaleras grandes.

Luego si quieres te vas a buscar a tu amigo. Siguió diciendo.  Y repetía ¿Por qué no te esperas y cenas algo?

Luego si quieres te vas a buscar a tu amigo. Repetía.

Pensé poco. Hasta ahora todo había sido correcto. Me deje guiar. Fui  andando por inercia detrás de la persona que me había traído sana y salva a Valencia. Llegamos a la puerta de cristales con dibujos señoriales.  El interior era rimbombante.  Para aparentar pensé.

El hombrecillo de bigotes de ratón ya estaba en el mostrador hablando con el recepcionista.  Yo me quedé un poco por detrás, sin acercarme al mostrador.

¿Vamos a comer algo? Pregunté

Sí, pero  primero vamos a la habitación. Dijo mirando mi bolsa.

Subí detrás de él en el ascensor. Llegamos ante una puerta. Abrió. Estaba oscuro. Había moqueta bajo mis pies. Y sentía un vacío en el estomago de nuevo. Di unos pasos más detrás de él. El iba delante enciendo las luces. Me estaba haciendo daño la correa de la bolsa  y la solté en el suelo. Entonces miré. Allí había una habitación de matrimonio. Una cama grande.

Me había quedado parada al ver la habitación con esa cama. Noté la ira aumentado el calor en mi cara. Eso fue suficiente para decidir enseguida.

También vi el baño. Me estaba haciendo pis. No habíamos parado. Fui rápidamente y cerré la puerta con el seguro. No iba a quedarme allí.

Al salir del baño me  puse a la defensiva. Le miré muy seria y achicando los ojos. Era mi mejor arma. Una mirada fija y retadora.

¿Y esa cama? Dije yo.

_ ¡Ya ves! Es la que había. Pero es muy grande.

Caminé unos pasos hacia mi macuto. Él ni se movió. Estaba sentando en la cama. Había retirado la colcha y me decía.

_Es muy grande,  yo no te voy a tocar. Quédate y duerme. Mañana te acompaño al puerto.

¡Si claro!  Dije con ironía.

 Bajé el brazo y cogiendo mi bolsa del suelo me fui hacia la puerta. Crucé el pasillo buscando las escaleras. Bajé deprisa y pensado tengo que encontrar al “pelos”. Tengo que encontrarle. Llegue a la entrada. Yo andaba deprisa hacia la puerta de la calle.

El recepcionista me vio y empezó a decir _ señorita, señorita le recuerdo que si va a volver, el horario de recepción….le interrumpí, dándome  la vuelta le miré a los ojos y le dije: ¡No! No voy a volver.  Mientras le clavaba los ojos. Se cerró la puerta y quedé a cinco escalones de la calle. Bajaba escalones  y bajaban también de la nube de protección que tenía al llegar a esa puerta unos minutos antes.

Cogí calle arriba y empecé a caminar.  Me cruzaba con gente a la que acompañaba su particular burbuja de vaho. Vi venir una pareja y me paré delante de ellos y les dije:

_ ¿saben por dónde está el barrio chino?

Me miraron. Se miraron.  Me miraron a mí. Y ambos se desplazaron para dejarme paso avanzando sin contestar a mi pregunta. Su mirada fue rara. Ahora lo entiendo pero yo entonces no conocía ningún barrio de ninguna nacionalidad. Pensé que era un barrio de personas chinas. Ingenua. Con mis gafitas redondas tipo Janis Joplin, mi pelo rizado tipo hippie  y mi poncho de cuadros no pasaba inadvertida.  Un tipo me miró y aproveché su atención para preguntarle ¿Cómo se va al barrio chino por favor?

Ese barrio está aquí detrás. Dijo. Pero es muy peligroso para una chica como tú.

Me dijo: sigue andando y donde empiezan los bares pregunta.

Seguí andando. En un momento me había internado en un barrio sin luces de farolas. Solo una luz muy endeble encima de una puerta  que tenía una cortina oscura. Se oía música de los chichos. Toda la calle estaba a oscuras. De repente unos hombres salieron. Pregunté.

¿Perdona, el barrio chino está por aquí?

_ese barrio está aquí detrás. Pero es muy peligroso para una chica como tú.

Otro dijo_ Si, si, esta calle hasta el final, pero ten cuidado chavala que hay muy mala gente.

Vi que se movían en la acera y que iban a cruzar la calle, eran tres. Les oí decir ¿dónde irá? ¿Y esa quién es? Decía el otro.

Entonces intentando que no se acercaran más dije a gritos. ¡¡Estoy buscando al Pelos!!

Se vuelve uno de ellos y entra en el bar. Le oigo gritar ¿Manolo sabes dónde está el pelos?

Me paré en la acera. Salió otro hombre del bar diciendo, pues ese está ahora en el Búho con la Pepa. Me acerqué unos pasos. Me ofrecía un cigarro. Le miré y me dio asco cogerlo. Me aparte y le di las gracias.

 Volví a preguntar ¿y dónde está el Búho? Más adelante al final de la calle.

Seguí andando hasta ver otra puerta con lucecita roja arriba y cortina. Había  una persona en la acera.

¿Oye conoces al pelos? Pregunté.

El hombre abrió la cortina  y sin entrar, metió la cabeza en un agujero negro que dejaba escapar las mismas canciones que el anterior.

Eh!  ¡Pelos!  ¡Aquí hay una que te busca!

Y allí estaba. Me miró desde la puerta.

¿Tú eres el Pelos?  

Si. Y empezó a andar hacia donde estaba yo . Me había quedado parada.

Reconocí el calor en mi corazón reconfortándose de alegría. ¡¡Ahí estaba!! un chico de 19 años, delgado, alto, con barba de unos días, pelo oscuro y  muy largo, ojos esquivos y pequeños, con nariz curvada,  llevaba unos vaqueros y cazadora, se estaba fumando un porro.

Cuando estuvo a mi lado le sonreí.

_Vengo de parte del “Ramoncín”. Le dije también su nombre. Si, continué,  que fuisteis  juntos al internado. Me dijo que tú me podrías ayudar, tengo que coger un barco para Ibiza. Me he fugado de casa. Terminé diciendo.

¿Cuántos años tienes? ¿Eres menor?

_16, si, si.

_Ven vámonos de aquí. ¿Fumas? Me dio un cigarro.

Llevábamos andando 2 minutos cuando nos metimos en una puerta estrecha y subimos una escalera. Sin luz.

_no hagas ruido.

Y de repente dice ¡Chocho abre la puerta soy yo!

Una chica muy guapa abrió la puerta. Estaba como dormida o borracha.

Ésta piba es amiga de mi colega de Madrid.

_ Pasa.

Se ha fugado de su casa y es menor.

_ ¿tienes hambre?

No, gracias tengo sueño, estoy cansada.

_Aquí puedes dormir, mañana vamos al puerto y no te preocupes por nada.

Dormí profundamente. Estaba segura.

El Pelos me despertó diciendo ¡venga, vámonos! Hay un barco por la mañana.

Cogimos un taxi y me dio algún consejo por el camino. Al llegar al puerto saco 4000 pesetas arrugadas del bolsillo del pantalón. Bajamos y fue hacia la ventanilla a comprar el billete. Me quedé fuera esperando. Salió enseguida y me lo dio.

Le dije, gracias algún día te las devolveré.

_no hace falta.

Y se fue. Eran las nueve y el barco salía a las 11. Me dormí esperando. Cuando abrí los ojos estaba rodeada de personas aseadas y limpias que iban a Ibiza. Parejitas, abuelos, niños, me sentía tan sola y tan vulnerable.  La nube se disolvió. Había un policía y allí otro. Busqué con la mirada a quién acercarme para no llamar la atención y vi a dos chicas. Se reían y hablaban, me gustaron, me acerqué.

Hola me dais un cigarro por favor.

¿Vais a Ibiza?

Si, ¿y tú?

También.

Ibiza cap.I

Capitulo I

Me fuí, más deprimida que contenta. Más desesperada qué valiente. Saqué fuerzas de la necesidad de quitarme de encima la presión de tener qué hacerme adulta. Una adulta rebelde. Niña rebelde. Tenía 16 años.

Constantemente me sentía ahogada en la soledad de mi mente.

Así empezamos a hablar mi mente y yo.

Mi maravilloso mundo de palabras.

Palabras liberadoras.

Sensaciones maravillosas.

Todos mis sentidos estaban despertando.

Mi cuerpo y yo bailábamos al ritmo de mi corazón.

Mis sueños eran una inspiración para la noche siguiente, para el siguiente sueño.

Pero después del sueño todo se rompia. Despertar. Volver a los sentidos más inferiores. Volver al mundo ruidoso y en blanco y negro del estado menos placentero.

La apatía.

Apatía por la vida.

Apatía.

Mi sonrisa, se borraba al abrir los ojos. Ir a la cocina y oír a mi madre meterme bulla para desayunar. Peinarme. Vestirme. Hacer la cama. Y llevarme algún tortazo para acompañar el tazón de leche.

Sus quejas eran las mismas y viejas cantinelas de siempre.

Nuestras risas fueron pocas.

Demasiadas lagrimas.

Suyas. Me rompía el corazón oírla llorar . Aún ahora me duele recordarte así mi querida madre. Ojalá hubieras tenido una vida más cómoda y fácil. Dios quiso que yo te eligiera para nacer y nada me llena más de orgullo que parecerme a ti. Menos algunas cosas que aún estoy arreglando con el destino de mi vida.

Éste relato no trataba sobre ti.

Solo quería contar una aventura un poco irreal.

Del casi naufragio de tu hija en el puerto de Altea en 1982.

De la travesura de una travesía en un barco de 12 metros de madera capitaneado por un alemán de 18 años y si hermano de 13.

Pero antes de esas travesuras hubo una enorme y que te causo mucho dolor mama.

Y es por donde quiero empezar.

Estaba dándole vueltas a la idea de «fugarme de casa» asi lo decían en los informativos y empezaba una descripción.

Pues si. Pensaba.

Pues si, pues me escapo.

Ya vives muerta de miedo. Me decía.

Hable con un amigo. Había ido a escuchar música a su casa. Nos fumamos un porrito. Canuto. Peta. Porro de hachís al fin y al cabo.

Y le conté muy triste que no aguantaba …sin colegio desde los catorce años. Sin estudiar. Sin trabajo.

Tuve tres trabajos y cada cual peor.

El primero me acusaron de estar cogiendo mucha confianza con su marido. Me despidieron

El segundo, fue en la consulta de un psicólogo sexólogo. Me llamó al despacho para que tomase nota cuando le hacía terapia a una mujer encima de su mesa.

Ahí si que flipe en colores. No se lo conté a nadie. El viejo médico se abalanzó sobre mi para besarme en la boca. Tuve que ir a vomitar al baño. Me lavé la cara, la boca…¡¡que asco!!

Recuerdo que estuve un buen rato llamándome tonta. Otra vez sin trabajo.

El motivo era suficiente para decidir abandonarlo. Y así lo hice. No lo conté en casa. Nadie me inspiraba confianza para pensar que me iban a entender. No pensaba en defenderme. Solo pensé en ponerme a salvo.

Ahora era el momento de irme de mi casa y de este lugar tan deprimente.

Esa fue la tarde que hablando con mi amigo, decidí ir a Ibiza.

Era la Noche de Reyes. Sería un buen regalo. Llevaba tiempo esperando un milagro.

A las tres de la madrugada, aún sin conciliar el sueño, me deslicé hacía la puerta. En silencio. A oscuras.

Estuve toda la noche en mi habitación, preparándome para la gran hazaña. Salir de casa sin ser vista ni oida.

Salir de alli para siempre.

«Antes morir qué perder la vida».

Esa tarde preparé con unos amigos de Villaverde un encuentro de madrugada. Iban a recoger naranjas a Valencia. Me ayudarían a salir de Madrid. Desde Valencia yo iría a Ibiza. Era mi destino.

Abrí la puerta lo mas sigilosamente que pude. Antes, tuve que quitar el seguro ( ese artilugio que todos los vecinos tenían instalados para ver por una rendija quién estaba al otro lado de su puerta), lo moví sin golpearlo, sin hacer el más minimo ruido.

Luego abri y me encontré en la escalera. No encendí la luz, por si me veian por las ventanas del patio interior. Tenía todo el cuerpo temblando. Uno a uno, despacio para no hacer ruido, fui bajando los dos tramos de escalones. Llegué al portal.

Al salir a la calle, una nube de vaho se levanto ante mi cara. Se me empañaron las gafas. Estaba helando. En el suelo, el asfalto negro reflejaba timidamente las luces de las farolas de la calle. Silencio. Nada. Frío. Mi respiración era lo unico que oía. Me abracé a mi misma para ajustar la manta a mi cuerpo buscando calor.

Tenía que pasar por delante del Cuartel de la Guardía Civíl. Y ponerme alli mismo a hacer autostop. El primer coche que pasó iba a Madrid. Le dije que necesitaba quedarme en el Cruce de Villaverde. Por fin me relajé, lo mas dificil ya estaba hecho. Empecé a entrar en calor.

Durante el trayecto, recuerdo qué el conductor, habló conmigo. Fui muy directa, y le dije con orgullo. Me voy a Valencia a recoger naranjas con unos amigos, me están esperando en el cruce. Ah! y qué me habia escapado de casa. Creo que vio mi determinación y no me dió la charla.

Llegamos al Cruce. Me bajé y esperé.

No hay que olvidar qué no había moviles, era el año 1980.

Al momento llegó uno de mis amigos. Me explicó que el otro colega no había podido venir, dijo algo de la casa de su novia y que nosotros iríamos más tarde en bus. Hacía frío y dije

_¿A donde podemos ir?

-Vamos a la sala de espera del hospital de aqui, el 12 Octubre.

Cogimos un taxi, eran poca distancia,un par de Km. Llegamos enseguida.

Había calor. Vimos a algún celador que cruzaba por la sala, pero nadie nos preguntó nada. Nadie se fijó en nosotros.

No habia ni vigilantes, cómo hay ahora.

Sólo algunas personas somnolientas sentadas en unas incomodas sillas de plastico naranja. Algunas estaban dandose un sueñecito, se oia algún timido ronquido. Y máquinas de café.

Así que alli pasaríamos la noche.

_ le dije ; que gran idea y que buena solución, nunca se me hubiera ocurrido! agradeciéndole estar tomando un café con leche caliente.

Nos sentamos en un lado de la sala que no habia nadie. Allí me acurruqué y pasé la noche adormecida esperando la llegada del día.

Cuando pudimos coger un bus, salimos a la calle. Íbamos a Vallecas.

Yo no tenia ni idea de los barrios de Madrid. No conocía a nadíe de Madrid.

Llegamos por fin a la casa, había una chica muy simpática . Me preguntó mis planes. Me gustó su atención. Le conté todo lo que tenía en mi cabeza para llegar a Ibiza. Le hablé de mi amigo Javi «el Ramoncín» y su amigo intimo «el pelos» del orfanato de la RENFE. Hacia mucho que no se veian, pero me dió su dirección con la seguridad de que me ayudaria a llegar a Ibiza desde Valencia.

Fue de Javi la idea de Ibiza, antes de escaparme le conté mi idea, y que me iba a Valencia, a trabajar en la naranja.

Me dijo: – vete a Ibiza mejor. Es una isla muy hyppie, y seguro que podrás encontrar algo para trabajar. Además en primavera ya empieza la temporada de turismo.

-Y no llevas mochila? dijo mirando mis bolsas de plastico.

Desapareció un instante y volvió con una bolsa grande con dos asas enormes de color azul. Era el macuto perfecto y las asas eran tan grandes que las podía usar como si fuese una mochila. Lo guardé todo, ordenadamente. Fue un Regalazo. También desayunamos. Al rato me dí cuenta qué mis amigos hablaban entre ellos. Me acerqué a preguntarles.

-¿qué pasa?

-nada. nada. Que éste no quiere irse ya, porque quiere esperar a nosequé… ( ahi deje de escuchar) eran excusas. Todas las que quieran.

Pero yo no quería quedarme por Madrid, expuesta a que me denunciase mis padres y me parase la policia y vuelta a la carcel familiar. Cuanto antes me marchara a Valencia mejor.

Se lo expliqué.

Se portaron muy bien. Me dieron dinero para coger un taxi hasta la carretera de Valencia para hacer dedo. No tenia ni idea de dónde estabamos ni donde estaba la carretera de Valencia.

Asi que nos despedimos, yo no podía esperar a que llegara el otro amigo, no era nada seguro lo que me decian.

Me fui agradeciendoles todo lo que habían hecho por mi. Y sobre todo la bolsa, que comodidad. Y por supuesto el dinero para el taxi.

Cuando estaba en la carretera de Valencia, recuerdo que habia mucho tráfico de camiones de basura. Puse mi dedo en posicion de autostop mirando a los coches que pasaban. El primero que paró era un coche con el asiento trasero lleno de octavillas de publicidad del Circo Cristo Rey, había octavillas en todo el coche, retiro las del asiento del cpiloto y me dijo que iba a Valencia. Era un hombre amable, yo una niña borde, que no lo aparenta.

Fueron muchas horas dentro del coche, no podía parar, tenia que llegar urgente al Circo de Valencia con esa publicidad.

Mejor, pensé. Que no se le ocurra insinuarse, es un viejo.